Cada una de nosotras tenemos una especie de mapa que nos guía sobre cómo vivir y expresar nuestra sexualidad [[Según la Organización Mundial de la Salud, la Sexualidad abarca el sexo, las identidades y los roles de género, el erotismo, el placer, la intimidad, la reproducción, y la orientación sexual.]]. Nuestro mapa nos orienta acerca de las actitudes y prácticas con las que gozamos, las que anhelamos; lo que consideramos que se espera de nosotras, lo que se nos permite y también todo aquello que pensamos que no debemos hacer, sentir, desear, soñar o fantasear.

Nuestros mapas de la sexualidad son tan diversos y únicos, como lo somos todas las personas, porque cada una de nosotras hemos construido nuestro mapa particular a partir de características y experiencias personales y familiares (los mapas de nuestras madres y padres tienen una gran influencia sobre los nuestros propios). Pero también son muy importantes los aspectos históricos, sociales, culturales, políticos, económicos, y por supuesto, religiosos. Por eso se dice que la sexualidad no es natural, sino que es una construcción sociocultural, porque lo que se concibe como “normal y anormal” no deja de transformarse (sólo tenemos que pensar los contextos socioculturales en los que crecieron nuestras abuelas para comparar las diferencias entre sus mapas de la sexualidad y los nuestros).

Además, lo que se concibe como “normal y anormal” para mujeres y hombres también varía significativamente. En cada momento histórico, cada sistema social define lo que es apropiado sentir, hacer, provocar, aparentar, y lo que no; dependiendo de si somos mujeres u hombres. Estas normas y reglas comunes, se van modificando influenciadas por otras transformaciones sociales. En el caso de las mujeres, nuestros roles sociales han experimentado grandísimos cambios en las últimas décadas, por eso nos vemos muy presionadas para conciliar actitudes a menudo contradictorias y que responden a dos modelos de mujer opuestos: la mujer tradicional, y la mujer moderna sexualmente liberada[[Es lo que Marcela Lagarde define como Sincretismo de Género.]].

Por supuesto hay muchos grises entre ambos modelos. Puede parecer que exagero estas polaridades (la tradicional y la moderna), pero de verdad creo que ambas conviven en muchas de nosotras, y que en función de nuestro momento de vida, nos expresamos más desde uno u otro lugar:

Por un lado, algunos mandatos exaltan a la mujer reservada, vergonzosa, pasiva e inocente sexualmente; la que se insinúa cándidamente, quiere seducir y resultar deseable pero lo hace “disimuladamente”; la dadora de placer que no pide para sí misma, que no tiene o disimula sus deseos, impulsos y pasiones; quien parece no necesitar su propia satisfacción; para quien la sexualidad puede ser sinónimo de reproducción. Señoras decentes que caeremos en la trampa de este sistema contradictorio, porque se nos exigirá también cierto rendimiento y destreza sexual. Al mismo tiempo, estos mandatos conviven con otros que presionan para probar y experimentar diversas opciones, identidades, roles y juguetes sexuales (y hacerlo con seguridad y solvencia emocional); para consumir compulsivamente moda y estética y así lograr hacernos explícitamente deseables[[Muchos mensajes publicitarios nos venden la necesidad de ser deseables y seductoras, “asegurándonos” que con ello obtendremos bienestar psicológico; para ello nos crean continuos malestares que aseguran que sigamos comprando sus remedios.]]; para desarrollar y ejercer una supuesta libertad sexual, de manera que podemos acabar basando en esta identidad de mujer sexualmente liberada, un frágil y muchas veces fingido empoderamiento [[Ver artículo “La Promiscuidad Obligatoria”]].

Son algunos ejemplos de las normas sociales que sostienen un sistema paradójico y contradictorio. En el que por un lado, el conocimiento del cuerpo de las mujeres continúa siendo tabú[[Sólo hay que preguntarse cuánta información e imágenes claras se incluyen en los libros de texto sobre vulvas, clítoris, menstruación o menopausia.]], y por otro lado se nos exige y presiona para responder al modelo de sexualidad que se espera de nosotras en función de nuestra edad y generación, preferencia e identidad sexual, clase o raza. Por esto, los mapas de la sexualidad de prácticamente todas las mujeres continúan teniendo reglas y normas compartidas: las pautas que nos indican cómo la sociedad espera que desarrollemos nuestra sexualidad y los límites que no debemos traspasar[[En el caso de los hombres, funciona exactamente igual, aunque el contenido de los mandatos es muy diferente.]].

Estos límites se señalan mediante amenazas de peligro y castigo. La mayor parte de las mujeres hemos aprendido bien los riesgos que entraña mostrar abiertamente nuestros deseos e impulsos sexuales: acoso y agresiones sexuales, críticas y rumores, humillaciones, pérdida de afecto, de protección y respeto; por no hablar de riesgos del sexo compartido como enfermedades de transmisión sexual o embarazos no deseados en relaciones heterosexuales.

Hay peligros que podríamos llamar “externos”, explícitos y visibles. Cualquier forma de violencia -ya sea física, verbal o simbólica- es un buen ejemplo de ello.

Pero además vivimos otro tipo de peligros, más “internos”, vinculados a miedos profundamente interiorizados y muchas veces inconscientes, que amenazan nuestras identidades y nuestra autoimagen, nuestras creencias y valores mediante sentimientos de vergüenza y culpabilidad por gozar con prácticas sexuales que nos enseñaron que no eran apropiadas para mujeres como nosotras (sea cual sea nuestra identidad y opción sexual).

Para autoprotegernos de estos y otros peligros, es lógico que nos mantengamos vigilantes, atentas y alertas; así que muchas mujeres hemos interiorizado inconscientemente un estricto autodominio que nos impide dejarnos fluir. Quizá no nos reconozcamos en esta actitud de cierta contención erótica o sexual. A veces hemos normalizado tanto esta manera de relacionarnos con otras personas y con nuestro cuerpo, que podemos llegar a pensar que este perfecto saber estar es un aspecto natural más de nuestra manera de ser mujer.

Y en parte es así, muchas mujeres tenemos el autocontrol tan naturalizado porque para muchas de nosotras, el descubrimiento y el desarrollo de la sexualidad están o estuvieron marcados por la evitación de los peligros más que por la exploración de los placeres. No hemos desarrollado tanto la libertad para explorar y averiguar qué nos proporciona placer y en qué circunstancias, porque le hemos dedicado más tiempo y energía a protegernos de los peligros y a dar respuesta a todo lo que creemos que se espera de nosotras en el ambiguo terreno de la sexualidad. Como consecuencia, nos alejamos de nuestro poder erótico y de nuestra autenticidad, más cuando hacemos cosas como:

 Ocultar o exagerar nuestro deseo y apetito sexual, la ambición de sentirnos deseables y/o deseantes, la motivación por experimentar fantasías, juegos, roles y opciones sexuales. Disimulamos lo que verdaderamente necesitamos, pensamos o sentimos, por temor a ser catalogadas como objetos sexuales demasiado pasivos o sujetas sexuales demasiado activas; demasiado provocativas y sensuales o demasiado puritanas; demasiado femeninas o demasiado viriles.

 Dudar de nosotras mismas constantemente, de manera que nos hacemos dependientes de la aceptación y aprobación externa: pedimos consejo, leemos revistas e investigamos (lejos de nuestros cuerpos) los secretos para dar o para recibir más placer; o por el contrario, aparentar que nos sentimos seguras y somos expertas de tal manera que podemos llegar a perdernos la experiencia, el aprendizaje y el disfrute espontáneo.

 Mentirnos y traicionarnos a nosotras mismas, cuando no somos auténticas y no nos atrevemos a expresar honestamente lo que nos gusta y lo que no nos gusta, por miedo al rechazo o al abandono afectivo. A veces nos mantenemos artificialmente contenidas o artificialmente propositivas, para no abandonarnos ni entregarnos al placer, porque tememos los peligros conocidos, y quizá porque tememos también descubrir aspectos inexplorados de nosotras mismas y nuestras pasiones.

Y claro, tanta contradicción y tanto énfasis en evitar los peligros, puede llegar a poner en peligro el placer, porque puede provocar que escribamos de antemano los guiones de nuestras experiencias sexuales, manteniéndonos hiper-activadas mentalmente, atentas por si tenemos que negociar o decir no en algún momento, incluso por si lo que queremos es llevar la iniciativa, manteniendo un ritmo y un plan de estimulación previamente diseñado.

Y lo paradójico de esta situación es que al mismo tiempo estaremos también queriendo ir al encuentro del placer y el gozo, para lo cual necesitamos centrarnos en las sensaciones corporales y emocionales, “dejando de pensar”, entregándonos a sentir aquí y ahora, con presencia plena y sin juicio; permitiéndonos la sorpresa, el movimiento auténtico y espontáneo. Y es paradójico porque esperamos experimentar de manera espontánea, sensaciones placenteras corporales y orgánicas que de antemano hemos pretendido planificar mentalmente, convirtiendo el placer en un concepto puramente intelectual.

Seguramente habrás escuchado alguna vez que el mapa no es el territorio[[Es una frase de un lingüista Alfred Korzybsky, quien ha tenido gran influencia en diversos enfoques psicológicos.]], una expresión que nos previene sobre el riesgo de confundir el pensamiento, el discurso o las teorías, con la experiencia real, sentida y vivida (es muy positivo y útil tener un mapa para orientarnos en una ciudad con costa, pero al llegar a la playa lo mejor es sentir la arena bajo los pies, bañarse de sol y de mar y olvidarse del mapa.)

A veces pensamos que conocer el mapa es conocer el territorio, y con el sexo puede pasarnos lo mismo. Nuestros mapas sexuales no dejan de ser representaciones de nuestra sexualidad, son guiones, teorías, discursos sobre lo que deben y no deben ser nuestros placeres, pero no son el placer. El placer se siente y se experimenta, no puede pensarse ni teorizarse.

Mi reto, y el de muchas mujeres, sigue siendo explorar el territorio para descubrir qué es placentero para cada una de nosotras y en qué circunstancias y condiciones, dándonos permiso para explorar, probar y experimentar, poniendo nuestros cuerpos, deseos y placeres por delante de teorías o ideologías; y creando las condiciones de seguridad que necesitamos para permitirnos des-controlar y vivir la sexualidad de manera creativa, plena y libre; desarrollando nuestra autenticidad y espiritualidad erótica, recuperando el poder que nos da conocer y responsabilizarnos de nuestros propios cuerpos, deseos y pasiones.

** Mi visión y mi vivencia de la sexualidad sigue tomando forma gracias a muchas personas, entre ellas Mercedes Martínez y numerosas autoras feministas que me han influenciado con sus reflexiones, sus experiencias, sus transgresiones y su sabiduría. Puedes encontrarlas en la sección de esta revista “Nosotras Sugerimos”.
Además, este artículo existe gracias a Rocío, Beiby, Olga, Susana, Luisa, Pilar, Mónica R, Gema y Pablo, que con sus preguntas y comentarios me han ayudado a hacer del borrador inicial un texto mucho más comprensible.