Equipo de AMS

Artículo incluido en La Boletina 27-28

La socialización genérica en el patriarcado, consiste en “adiestrar” a todas las personas, desde sus primeros años de vida, en ser hombre o mujer. A través del aprendizaje de numerosos estereotipos y prejuicios impuestos a uno u otro género, se van desarrollando una serie de creencias, valores y actitudes diferenciadas, los denominados “mandatos de género” cuya finalidad es aprender a ser una buena mujer o un buen hombre. Este conjunto de cogniciones son asociadas por un lado, con las distintas emociones diferencias que provocan, tristeza, culpa y miedo en las mujeres, y enfado, ira y agresividad en los hombres y con los roles y conductas de dominación/masculina y sumisión/femenina.

Es un proceso de aprendizaje temprano, cuando todavía no existe posibilidad de pensamiento crítico en el niño o la niña. En ocasiones se realiza de forma expresa, pero generalmente se produce de forma no verbal e inconsciente, a través de los modelos de género familiares, especialmente del padre y de la madre, aplicando potentes “refuerzos afectivos” a las/os hijas/os, que son siempre fortalecidos en la misma dirección, por el resto de los agentes socializadores (escuela, religión, medios de comunicación, publicidad,…).

En un principio, se parte de refuerzos afectivos similares para niños y niñas, pero después de los primeros años se van introduciendo otro tipo de refuerzos de género. Unos exclusivos para los varones, como son el poder, el dinero, la acción, el control de l@s demás y de las situaciones y, por supuesto, el amor “propio”. Y otros exclusivos para las mujeres, que son todos los relacionados con el ser y estar para l@s demás (ser buena hija, hermana, esposa, madre, amiga, compañera,…), con la búsqueda del amor romántico (el buen marido) y, posteriormente, del amor desinteresado que ofrecen los hijos e hijas dentro del matrimonio.

Todos estos mandatos de género apoyados en los refuerzos, se van traduciendo en cogniciones, emociones y conductas de género aprendidas, que guían a cada persona según el modelo impuesto, convirtiéndose en su propia identidad de género.

El aprendizaje del género, para hombres y mujeres, en un sistema social dicotómico y sexista, que promueve la dominación del hombre y potencia la sumisión de la mujer, genera graves consecuencias para ambos sexos, pero indudablemente son muchos más peligrosas para las mujeres porque las coloca en una posición de vulnerabilidad para su desarrollo vital.

La identidad de género de una persona llega a convertirse en un entramado tan profundo, que en el caso de las mujeres es difícil de reconocerla como la causa de la mayoría de sus malestares y, al mismo tiempo, dificulta su cuestionamiento y análisis.

Principales consecuencias negativas de la socialización de género para las mujeres

Para analizar en profundidad las consecuencias de la construcción de género de las mujeres en el patriarcado vamos a describir las áreas esenciales que más se ven afectadas. Nos referimos a:

La falta de desarrollo de la individualidad (del yo), y por tanto la imposibilidad de construcción de la autonomía personal.

Una educación de los afectos basada en la estructura de la culpa y en la ética del cuidado del otro.

La presión de los distintos modelos de mujer en las mujeres contemporáneas.

La interiorización del sistema de dominación masculina y sumisión femenina, y su reproducción en las relaciones de pareja.

Individualidad y autonomía

Para hablar de esta área vamos a citar a una de nuestras maestras, la Dra. Marcela Lagarde. La construcción de la identidad de género femenina se moldea, entre otros aspectos, por interiorizar que el sentido de la vida de una mujer es “el ser para los otros”; es decir, una mujer construye su ser a través de completarse con los otros, lo que implica la necesidad vital de los demás, y lo que es más importante, impide la construcción de la autonomía personal (la construcción del “Yo” individual, el sentido propio de la vida), que es esencial para la salud integral y para el bienestar de un cualquier ser humano. [[Marcela Lagarde. Para mis socias de la vida, libro 1 primera parte.]]

Consecuentemente, al creer que necesitamos vitalmente a los otros, no hay espacio para la individualidad y hay una insatisfacción general si el área de las relaciones no está bien (el bienestar de una mujer siempre pasa por el bienestar afectivo, es la vara de medir). Para conseguir este objetivo las mujeres asumimos como un hecho positivo estar en un segundo plano, los otros, a los que cuidamos “siempre” son más importantes. Los otros ocupan el centro y además, en una posición de superioridad, por eso entendemos de forma legítima formas de dominio y control sobre nosotras.

Otro aspecto de la socialización de género que marca de forma diferencial a hombres y mujeres es el sistema de la culpa como método de aprendizaje de los roles que hemos de asumir. La culpa es una estructura estable, en la subjetividad de las personas. La culpa es enormemente potente, es una de las estructuras mentales más poderosas que existe. Todas las personas experimentan la culpa, hombres y mujeres, pero cada género de manera particular y las mujeres de forma muy concreta. El sentimiento de la culpa es uno de los aspectos que caracteriza a cualquier mujer, viva donde viva, pertenezca a la cultura que pertenezca o sea de la raza o la etnia que sea: la culpa es universal en las mujeres. La culpa funciona como un mecanismo muy importante de control político sobre las mujeres. Control, porque permite limitar a las mujeres y a su experiencia; y porque condiciona lo que hacemos y, más interiormente, lo que sentimos sobre nosotras mismas. La culpa cincela la autopercepción y la autoidentidad, todo aquello que sentimos y pensamos sobre nosotras mismas y las relaciones con los otros. Si no se analiza la culpa podemos estar supeditadas en las relaciones y condicionadas por lo que los otros quieran de nosotras.

La generación de pertenencia, la condición de género de las mujeres contemporáneas es una condición de género compleja, compuesta no sólo por la condición de género patriarcal, sino también con aspectos modernos de nuestra condición de género. Todas las mujeres contemporáneas tenemos, en mayor o menor grado, aspectos a la vez tradicionales y a la vez modernos, es decir cada mujer sintetiza estereotipos de cómo ser mujer. Las mujeres tradicionales en ningún caso se completan en sí mismas, y no pueden ser autónomas, porque dependen vitalmente de la existencia de los otros en sus vidas para existir. Pero al mismo tiempo ocurre lo que se ha llamado la construcción moderna de las mujeres. Se construye a las mujeres también como seres individuales, con la intencionalidad de que ocupemos el centro de nuestras vidas.

Desde el punto de vista del género, todas somos hoy en día mujeres sincréticas: tenemos una concepción tradicional y al mismo tiempo moderna de género, la primera anula la autonomía, la segunda la propone. Para la mayoría de las mujeres la causa del malestar que las afecta es esta gran contradicción y las dificultades para resolver el conflicto que genera dicha contradicción. Decidir el modelo de mujer alternativo sin presiones, es el objetivo para conseguir su bienestar.

Educación de los afectos: relaciones de pareja

Otra de las áreas más condicionada por la educación de género y que más consecuencias negativas genera en la vida de las mujeres es la educación de los afectos, y su grado de expresión máxima en la edad adulta a través de las relaciones de pareja que se establecen. Queremos hacer hincapié aquí, en la familia de origen como el primer y esencial escenario de los primeros aprendizajes sobre los relaciones entre los sexos, los roles de hombre y mujer, las relaciones afectivas entre ellos, la educación diferencial de los afectos, las relaciones de poder y la dominación/sumisión, etc… Todo ello aderezado y potenciado por la sociedad y la cultura de cada generación. Para comprender los estereotipos de mujer que hay en cada una de nosotras tenemos que hacer un recorrido generacional sobre que condicionantes sufrieron las mujeres que nos precedieron.

Para abordar este tema queremos hacer referencia a Fina Sanz [[Sanz, Fina. Los vínculos amorosos, págs 178-196]], estudiosa y experta en las relaciones afectivas de pareja. Su categorización de los modelos de pareja vigentes en España es muy valiosa para comprender de dónde venimos las mujeres y dónde estamos en la actualidad. Para la autora citada existen tres modelos básicos de estructura de las relaciones de pareja, a continuación incluimos lo más relevante de cada uno de ellos:

Modelo de inclusión: una persona siente que está incluida en el espacio de la otra, o que aborda a la otra, la engloba. Es el modelo de roles que responde a las relaciones tradicionales de pareja. Favorece las relaciones de poder o de dominación/sumisión: es un modelo jerarquizado y estimula la dependencia. En este modelo de relación afectiva no se tiene en cuenta el espacio personal propio de cada persona al margen de la pareja. Suele haber una falta de sentido de identidad o una dificultad para saber “quién soy yo”, “qué quiero”, “qué deseo hacer”, “qué me gusta”.

Modelo fusional utópico: es el modelo idealizado que se propone socialmente como relación de pareja durante el enamoramiento, “los dos somos uno” o “la media naranja”: los mismos gustos, los mismos deseos, los mismos ritmos corporales, las mismas amistades, etc. Las personas que buscan el establecimiento de este tipo de vínculo como forma de vida tienden a cambiar con frecuencia de parejas, en una búsqueda infructuosa de ese modelo de perfección, y están continuamente insatisfechas porque el modelo no se cumple.

Modelo de interdependencia: este modelo implica teóricamente dos supuestos: uno es, que existe espacio personal no compartido para cada miembro de la pareja y, otro es, qué existe un espacio común compartido. Frente a la relación más tradicional, este modelo plantea una relación igualitaria. Existe un deseo de relaciones horizontales, de igual a igual. El modelo de interdependencia supone: tomar conciencia de que se tiene un espacio personal (antes de ser pareja se es persona) y, por tanto, tomar contacto con la propia individualidad. Respetar el derecho al propio espacio así como respetar el espacio de nuestra pareja. Implica saberse fusionar (saber estar con la otra) y saber estar separada (estar bien consigo misma). Saber combinar seguridad afectiva y sentido de la libertad.

Aún hoy, el modelo tradicional de pareja mayoritario de las mujeres españolas, transmitido de generación en generación, es el modelo de inclusión y la estructura familiar que de él se deriva, es la familia nuclear clásica. Es el modelo que todas y todos conocemos, que hemos vivido y aprendido desde la infancia y, por supuesto, que repetimos en nuestra vida adulta. Este modelo esta basado en la diferenciación y desigualdad de roles y en las relaciones de poder asimétricas. Las mujeres aprendemos a colocarnos en el rol de sometimiento, se auto-anula la persona individual. El resto de fuentes de socialización, escuela, religión, medios de comunicación, no hacen más que reforzar y potenciar este modelo como el único y el mejor. Este modelo funciona bien en aquellas personas que coinciden en la aceptación de esa estructura de roles, es decir los roles están establecidos y asumidos. En este caso, favorece cierta sensación de seguridad afectiva a la vez que hay una merma de la libertad personal, se crea una dependencia mutua. Son dos roles complementarios, no puede existir el uno sin el otro. En este modelo la persona incluida está centrada en las necesidades de la familia y la pareja, y no tiene espacio de crecimiento externo, lo que genera empobrecimiento de dicha persona.

En “Entre Nosotras” comprobamos esta realidad una y otra vez. Más del 99% de nuestras usuarias han vivido en un núcleo familiar con estas características, y el prototipo de relaciones afectivas aprendido ha sido el de inclusión. Además, y al mismo tiempo, se las transmitía la fantasía del modelo fusional, en los cuentos tradicionales (“…y vivieron siempre felices”), en las películas, revistas y en libros románticos creados específicamente para niñas, chicas adolescentes y mujeres. No es de extrañar que, actualmente, muchas mujeres, al margen de la realidad de sus vidas, sigan deseando este amor absoluto. El aprendizaje de ambos modelos genera unas consecuencias perversas en las mujeres, aprenden a ser dependientes y a ocupar el espacio del sometimiento y, al mismo tiempo, crecen pensando que la felicidad consiste en la posibilidad de fusionarse con sus parejas, circunstancias que aumentan claramente soluciones no adaptativas a los conflictos de pareja y son el caldo de cultivo de la violencia.

Con respecto al modelo de interdependencia, en la actualidad, observamos como muchas mujeres creen tenerlo. Sin embargo, en la práctica terapéutica hemos comprobado que es “un falso modelo de interdependencia”. La mujer tiene espacios individuales creados (laborales, de amistad, deportivos,…) pero afectivamente sigue dependiendo de su compañero; es decir, se siguen priorizando las necesidades de ellos y adaptándose a ellas por el miedo a la perdida y/o a la soledad. En realidad, no se puede perder de vista que hemos aprendido a vincularnos con el modelo de inclusión, y que soñamos con el de fusión. Para conseguir un verdadero modelo de interdependencia cada pareja ha de crearlo y desarrollarlo, porque no existen referentes.

Para nosotras el verdadero problema de la educación de género radica en que la mujer sigue teniendo dificultades a la hora de construir un espacio personal de calidad, que dé sentido individual a su vida, y que incluya un uso gratificante del tiempo libre. Todavía muchas mujeres creen que este vacío que sienten, esa falta de seguridad en sí mismas, se puede cubrir buscando a otra persona que pueda decidir por ellas. El objetivo es construir dentro de la condición de género la necesidad de la autonomía de las mujeres, las mujeres tienen que “creer” que son autosuficientes, que son seres completos en su individualidad. Las mujeres en la actualidad vamos abarcando más espacios de independencia, vamos aprendiendo a defenderlos, pero independencia no es autonomía, todavía nos queda camino por recorrer, el objetivo es la reconceptualización de nuestra identidad desde la individualidad y la autonomía.

Modelos actuales de relación hombre/mujer

Para las profesionales de “Entre Nosotras” en este momento están conviviendo en nuestra sociedad tres modelos de mujer:

Modelo tradicional: roles de hombre y mujer totalmente diferenciados. El hombre ocupa el afuera y la mujer la responsabilidad familiar y de cuidado. Dominación masculina y sumisión femenina. Aunque la mujer trabaje fuera de casa, es un trabajo secundario. Este modelo está coexistiendo, bien en las mujeres que educan a las mujeres jóvenes, bien en mujeres que aceptan la división de roles como el mejor modelo de relación.

Modelo de falsa independencia: roles menos diferenciados. La mujer avanza en independencia de áreas del espacio exterior, sobre todo en formación y empleo, aunque de forma discriminatoria con respecto al hombre (ejemplo: sueldos inferiores). El hombre no avanza en la asunción de responsabilidades de cuidado y domésticas al mismo ritmo. La mujer sigue sintiéndose dependiente afectiva del hombre y ante situaciones difíciles (traslado laborales de él, enfermedades hijos/as, o familiar cercano…) renuncia a su supuesta independencia. La mujer puede sufrir conflictos si ha dedicado mucho tiempo a espacios personales y ha descuidado la creación de una familia. Este modelo provoca crisis personal a muchas mujeres, sobre todo, si la presión y/o la falta de colaboración de su entorno es elevada y contradictoria con sus avances personales.

Modelo de autonomía: es un modelo sin referentes. Las mujeres han de ir creándole cada día, al cuestionar y enfrentarse a los condicionamientos de género y siendo activa en su solución, al mismo tiempo, que intentan implicar al ambiente social individual (pareja, familia, trabajo,…) en el que vive. El objetivo de este modelo es el desarrollo de la individualidad y la autonomía.