Por Pilar Pascual Pastor, coordinadora de Mujeres para la Salud

 

En Julio de 1925 en Madrid, nació Amparo, mi madre, en el seno de una familia muy humilde pero grande, porque hizo de ella una mujer fuerte, vital y maravillosa. Seguramente esos tiempos tan difíciles que la tocaron vivir, contribuyeron, a forjar en ella la fortaleza que ha ido demostrando a lo largo de su vida.

Después de pasar una terrible guerra y de trabajar desde los doce años, se casó con mi padre y formó una familia a la que ha dedicado toda su vida. Tuvo nueve hijas/os, cuatro chicas y cinco chicos. Lo abandonó casi todo para cumplir, calladamente, el único papel que la historia política de la época le demandaba: mujer sostén de su casa y de su familia. Nada fuera de ese universo. Aunque ella sabía, en lo más profundo de su corazón, que aún con esas limitaciones, su tarea era mucho más importante que aquel impuesto corsé. Su dedicación ha sido encomiable, sus cuidados y atenciones la han hecho, en demasiadas ocasiones, olvidarse de sí misma, porque, para ella, lo más importante era protegernos, querernos y hacernos felices hasta el punto de que su felicidad era nuestra felicidad.

Fue una mujer de su tiempo, imbuida de unas profundas convicciones cristianas, pero con una enorme capacidad para comprender actitudes y formas de pensar diferentes o ajenas a la propia. Ninguno de nosotras/os, recuerda un reproche por haber elegido determinada forma de vida, por muy alejada que estuviera de los cánones sociales imperantes. Lo único que le importaba era que l@s demás se sintieran bien con lo que hacían, siempre que no perjudicaran a nadie.

Ahora me doy cuenta de que ha sido una mujer tremenda, valerosa y tenaz, que nos ha dado todo sin pedir nada a cambio. Se ha enfrentado a las dificultades y los problemas como nadie, protegiéndonos y resolviendo todos los conflictos con el único fin de transmitirnos lo importantes que somos y, sobre todo, de mantenernos unidos. Y lo ha conseguido con creces. Estoy realmente orgullosa de pertenecer a mi familia y de querer a mi padre, a mis hermanos y hermanas, como a nadie. Sé de todo corazón que puedo contar con ellas/os para todo, y su felicidad es mi felicidad.

Y todo ello, a pesar de que la vida fue dura con ella, arrebatándole personas muy queridas, impidiéndole disfrutar de la última etapa de su vida, por su enfermedad; esa etapa en la que podía disfrutar de la vida, de mi padre y recibir de sus hijas/os nuestro amor y nuestras atenciones.

Todas hemos conocido a mujeres famosas, valientes y luchadoras, sin embargo no era consciente de que convivía con una de ellas, anónima y desconocida, pero, sin duda, la mejor.

Parece mentira, pero cuando sientes que vas a perder a alguien importante, te das cuenta de lo maravilloso que ha sido compartir tu vida con ella, y no puedes aceptar que se acabe. En el caso de mi madre, creo que no soy capaz de encontrar algo en mi, que no tenga que ver con ella. La reconozco en todo lo que soy, en como me comporto, en como siento, en las cosas a las que doy importancia, en las que valoro y en las que quiero…

Aparte de la gran tristeza que me produce no volver a verla, espero haber sabido transmitirla mi agradecimiento por todo lo que ha hecho por mí, y lo que realmente ha significado, y estoy segura, seguirá significando toda mi vida.

GRACIAS MADRE, DE TODO CORAZÓN

Pilar Pascual Pastor, coordinadora de Mujeres para la Salud