El otro día en una reunión con mis amigas de toda la vida, una de ellas nos contaba como está la situación con su pareja. Se quejaba muy afectada por la cantidad de cosas que él NO hacía. No la escuchaba, no hacía las cosas a las que se había comprometido, no compartía sus aficiones… Ella estaba deprimida. Ya no tenía energía ni para enfadarse, había intentado explicarle en numerosas ocasiones lo que era importante para ella, había probado a negociar, poner límites o intentar hacer caso omiso a lo que tanto le afectaba. Y según ella, todo sin resultado.

Como el grupo de amigas la queremos, no nos gusta verla así, por lo que una de nosotras le dijo, “pero, ¿a ti esa relación te compensa?”, ya que desde fuera parecía evidente que este chico no podía, o no quería, cumplir con sus compromisos en la relación. A lo que mi amiga contestó, “es que estoy enamorada, le quiero y no puedo remediarlo”. Esta frase fue sentencia. El resto reaccionamos cómo si hubiera expresado la explicación irrefutable de su inmovilidad. Como si esto fuera excusa más que suficiente para que su vida esté condenada al fracaso.

Y a partir de aquí, empecé a pensar en la cantidad de veces que yo había presenciado, o vivido, una situación semejante, y no le encontraba explicación porque si las mujeres de hoy sabemos de la importancia de desarrollarnos personal y profesionalmente, ¿por qué renunciamos a nosotras mismas, a lo que es importante para nosotras en nombre del Amor? Es como si fuéramos víctimas de aquello que se supone más felices debe hacernos.

Como psicóloga de AMS, en mi experiencia terapéutica con cientos de mujeres, creo que la principal explicación a esto, no tan casual, que nos pasa a casi todas las mujeres está en una mezcla de tres factores:

  • El concepto de amor, y el modelo amoroso en el que hemos sido educadas.
  • La presión social por tener pareja estable.
  • El miedo a no tener pareja, a “estar sola”.

A continuación desarrollaré cada uno de ellos.

1. Concepto de amor y el modelo amoroso en el que hemos sido educadas

Para la Iglesia Católica el amor es aquello que haces por el bien de la otra persona. Sin recibir nada a cambio, y es algo que te sale de manera espontánea y natural. Además es un amor que lo perdona todo, lo que sea. La idea de amor gratuito y natural, viene pues de la religión católica. Esto hace que anhelemos ser amadas, pero sentimos la exigencia de amar sin
esperar ser correspondidas. Porque según estos principios, amar es colocar a la otra persona en el lugar más importante del mundo, más importante que una misma. Así aparece la “madresposa”, como dice Marcela Lagarde. Esa mujer que cuida por el bienestar de la persona querida representando una mezcla de rol de madre tradicional y de esposa sumisa. Porque si pedimos lo mismo que damos nos sentimos egoístas.

A modo de ejemplo os invito a qué penséis que haríais si un día habéis trabajado sin parar, no habéis tenido tiempo ni de comer, y haciendo la cena hay dos filetes, uno es pequeño y el otro más grande, ¿cuál os servís en el plato?

El amor romántico: desde la literatura, las películas, los “culebrones”, los cuentos tradicionales, etc., nos llegan mensajes muy concretos sobre qué se hace cuando se está realmente enamoradas, debemos:

  • Entregarnos totalmente: darlo todo, sin guardar ni una parte de nosotras mismas, porque después de todo se supone que exclusivamente eso nos hará completamente felices. Y siendo así ¿qué sentido tiene no compartirlo todo? Por lo que mi tiempo, mis energías, mi cuerpo y mi intelecto estarán centrados en que esa relación funcione. Y si no pensad: ¿os habéis sentido culpables por no haberle contado algún episodio de vuestra vida o por haber gastado en vosotras algo de dinero?
  • Sacrificarnos por amor: esto quiere decir renunciar a las aficiones, a ser escuchadas, a tener tiempo para relajarnos… Porque ese sacrificio viene en el “pack” de una relación estable. Nos dijeron que si no cedemos no es posible una convivencia pacífica. ¿Os habéis planteado el número de películas de acción que habéis visto con él frente a las películas que os gustan a vosotras que han visto vuestras parejas?
  • Idealizar a la otra persona no viendo o justificando sus defectos: las mujeres somos expertas en no ver lo que nos han dicho que no veamos. Cuando la pareja no hace aquello a lo que se había comprometido, o no nos da aquello que necesitamos al pedírselo, muchas veces buscamos excusas, del estilo, “total, a mi no me cuesta nada hacerlo, no peleo y acabo antes”, o “no se
    dio cuenta, lo hace sin querer porque no lo hizo nunca y su madre no le enseñó a hacerlo”. ¿Habéis pensado en la cantidad de nuestros logros que van en contra de lo que nuestras madres nos enseñaron?, pillaros a vosotras mismas cuando la excusa que vale para vuestra pareja no valga para vosotras.
  • Esperar que conozca tus necesidades mejor que tú misma: ¿cuántas veces nos enfadamos porque tenemos que pedirle a nuestra pareja algo que nos parecía evidente que no había que pedir?, (creemos erróneamente que si te quiere “debe” saber de sobra qué es importante para ti). Esto ocurre en el mejor de los casos, que es cuando se lo pedimos, pero en la mayoría de las ocasiones nos enfada tanto que no adivine nuestras necesidades, que a nuestro parecer son tan claras, que renunciamos a ellas.

Se supone que con el amor viene esa comunicación mágica que otorga poderes a la otra persona y le permite saber qué quieres, sin que tú se lo digas. Cuando lo cierto es que no tiene ni idea de porque nos enfadamos, no nos entiende.

 

2. La presión social por tener pareja estable:

Las mujeres sin pareja estable, y más a una cierta edad, están incompletas, y con esto me refiero a con algún fallo. Fallo que hace que otra persona (un hombre preferiblemente) no la haya elegido para compartir su vida. Es como si toda ella no fuera lo suficientemente valiosa como para “conseguir” una pareja.

Y si no sois conscientes de haberos sentido presionadas para tener pareja os invito a observar qué le ocurre a la mujer que acude sola a una boda. ¿Qué clase de comentarios recibe del resto?, ¿dónde tiene que sentarse? o ¿cómo se relaciona a la hora de bailar? O podéis pensar cuánto tiempo tarda alguien querido que hace tiempo que no veis en preguntaros por vuestra vida sentimental, y el tiempo qué tarda en hacerlo sobre el nivel de satisfacción laboral qué tenéis, el número de amigas, vuestra intención de voto en las próximas elecciones, etc.

Yo misma, el otro día me sorprendí, preguntándole a la hija de cinco años de una de estas amigas de las que antes os hablaba, si tenía novio o novia, y me sentí moderna porque dados los tiempos que corren se les puede decir a las criaturas que las relaciones homosexuales son tan aceptables como las heterosexuales. Pero después de un rato le pedí perdón a esta niña porque
en mi pregunta no había cabida a que no tuviera pareja o no quisiera tenerla.

 

3. El miedo a no tener pareja, a “estar sola”

Utilizamos sola como sinónimo de sin pareja y a esto hay que añadirle la connotación de que sola se está fatal, (probad a decir Fulanita está sola, a ver qué impresión os hacéis de ella).

La pareja aparece como la solución a nuestros miedos. Al miedo a equivocarnos, por eso pedimos su opinión a la hora de elegir, miedo al plantearnos arreglar cosas que requieren habilidades que nunca hemos desarrollado (poner un enchufe, cambiarle una rueda al coche…), miedo a ir solas por la calle frente a todos su peligros, … En definitiva miedo a no tener quien nos cuide, quien con su presencia aporte la seguridad en nuestra vida que nosotras por nosotras mismas nos han dicho que no podemos alcanzar.

Todas estas causas, estas ideas y valores que vamos aprendiendo desde que nacemos se ponen de manifiesto en su conjunto, en las fases que atraviesa toda relación de pareja. Estas fases pueden
resumirse en:

1ª Fase Me gusta; quiero gustarle

Cuando conoces a una persona que te gusta, al comienzo estás centrada en caerle bien, en sentirte aceptada. Es por ello que puedes medir lo que dices, lo que haces e intentar adivinar los temas de conversación que crees le pueden agradar, o las actividades a realizar. Buscas la aproximación, el contacto. A la vez pretendes mostrarte natural, relajada, tú misma. Cuando, hacer estas dos cosas a la vez es totalmente incompatible.

2ª Fase Le gusto; me siento bien estando con esa persona todo el tiempo

Cuando la otra persona te envía señales que te hacen saber que tú también le gustas, que responde positivamente a tu deseo amoroso, empieza la pasión, el éxtasis, todo aparece con mucha intensidad. Comienza aquí la fase de enamoramiento propiamente dicha. Es como si os fusionarais en una sola persona.

Estás tan centrada en cómo te hace sentir que no te has parado a conocer a esa persona, la idealizas, aunque aparezcan pequeños detalles que te hagan dudar de si es realmente como tú crees (como tú deseas que sea), pero los pasas por alto, porque nada tiene más sentido que estar con la otra persona, conseguir sentirte especial, valiosa por tener algo así, y por el simple hecho de atraerle, de no tener algo malo que te haga no tener pareja, por no ser diferente del resto de las mujeres que consiguen tener novio, casarse, hijas/os…

Todo esto hace que comiences una relación con una persona a la que realmente no conoces. De ahí que en ocasiones, pasado cierto tiempo nos preguntemos a nosotras mismas, ¿cómo pude estar yo con una persona como ésta? Fue la necesidad de responder tanto a la presión social para tener pareja, como a la presión interna por sentirte valiosa, la que no te dejó pararte a pensar si esa
persona reunía las características que te interesan como pareja, si merecía la pena tanto como para compartir tus espacios, tu gente y tu cuerpo.

3ª Fase Intimidad, nos conocemos realmente como somos

Pasada la fase anterior, que oscila aproximadamente en torno a los 6 primeros meses, comienzas a darte cuenta de que sois diferentes, que no siempre estáis de acuerdo y que en ocasiones veis la vida de manera muy distinta. Según como se resuelva esta situación pueden surgir diferentes cosas:

  • Que justifiques tus insatisfacciones sobre la pareja, posiblemente responsabilizándote tú de la mayoría de vuestros problemas, porque te quedas anclada en la fase. Te dices a ti misma que la otra persona antes no era así, por lo que deduces que si ahora es distinto será por tu culpa. Piensas que si te esfuerzas mucho llegarás a conseguir que vuelva a ser quien era cuando le conociste. Esto puede llevarte a justificar incluso relaciones de violencia.
  • Que asumiendo que sois diferentes, a ti la persona que ahora conoces no te compense como pareja y termines la relación.
  • Que asumáis que sois diferentes y que negociéis, a través del diálogo, cómo defender los intereses de cada persona en la pareja.

Creo que mi amiga, y todas las mujeres, en más de una ocasión nos quedamos ancladas en esta segunda fase. Que idealizamos a la persona con la que estamos, que no aceptamos que no puede o no quiere darnos aquello a lo que razonablemente se compromete, y vuelven las absurdas creencias: si amas a alguien se supone que tienes que hacerlo sin esperar nada a cambio, de manera gratuita, perdonando sus errores, se supone que cedes porque así si no que hay conflictos, y parecerá que no aguantas nada o que eres una histérica y así nadie te va a querer, porque se supone que tendrás contenta a la gente que te rodea (más vale mal acompañada que sola), se supone que no te sentirás tan rara… se supone, se supone, pero lo cierto es que haciendo todo esto que se supone, tampoco nos sentimos bien.

Y no quiero decir con todo esto que tener pareja, estar enamorada, sea algo negativo, al contrario, creo que puede ser una de las mejores experiencias en la vida. Pero para ello es necesario que primero te realices personal, profesional y sentimentalmente. Luego (o en paralelo), tienes que ser capaz de identificar tus necesidades en una relación de pareja.

Frente a las que te han dicho que tienes que tener, y buscar a una persona con la que puedas negociarlas. Y con buscar, me refiero de manera activa. Esto quiere decir sin esperar a que todo fluya naturalmente, si no dándote el permiso de acercarte a conocer (sin dejarte llevar exclusivamente por como te hace sentir) a esa persona.

Para Rilke “El amor consiste en que dos soledades se protegen, se tocan mutuamente y se saludan”. Creo que sin un cambio en nuestro concepto sobre el amor es imposible sentirse bien amando. Así que os invito a que entre todas vayamos cambiando este concepto y aprendamos a amar amándonos.

¡Hagamos del amor una fuente de satisfacción y no de conformismo!!!