Reproducimos un artículo de la escritora Susanna Tamaro, publicado hace tiempo en Mujer hoy:

«No sé si ocurre en España como en Italia, donde, gracias a los medios de comunicación y la publicidad (y a diferencia de los hombres de la misma quinta, que aparecen caracterizados como juveniles y atractivos), la mujer que ha rebasado los 50 aparece solamente representada de dos maneras: como protagonista de artículos embarazosos que anuncian pañales para la pérdida de orina, desodorantes que disimulan los olores desagradables y pastillas anti estreñimiento, o bien en una desaforada carrera contra el tiempo que le permita aparentar 30 años una vez cumplidos los 60. Una guerra donde sus únicas aliadas son las cremas –cada vez más caras– o la cirugía. 



¿HABÉIS VISTO alguna vez el anuncio de un laxante o de unas pastillas antigases protagonizado por un maduro con el pelo canoso? La mujer de más de 50 aparece en un extremo u otro. O es la tigresa con los labios recauchutados o está en la antesala del asilo. Nos dice que tenemos que hacer de todo para ocultar los signos del envejecimiento, para seguir siendo seductoras, ya que la seducción –nos lo repiten constantemente–es el auténtico motor de nuestra vida. Somos carne, en definitiva, y, para no dejar de serlo, debemos permanecer como animales jóvenes; de lo contrario, nuestro destino es volvernos invisibles. ¿De veras es ese nuestro destino? Cuando veo a muchas mujeres de hoy con la cara hinchada y tiesa como una máscara no puedo más que sentir una pena enorme.



A NADIE LE GUSTA envejecer, pero no creo que esa sea la mejor terapia. Nuestro rostro es nuestra historia. A los 20 años todas somos bonitas; a los 50 y 60 la cara informa de lo que hemos sido en la vida. ¿Hemos sido egoístas, avaras, crueles o, por el contrario, generosas, curiosas, abiertas? Cada una de nuestras arrugas habla de esto. Y la belleza, o la no belleza, son consecuencia, por tanto, de las elecciones que hayamos tomado a lo largo de los años. Mi abuela, con los 80 cumplidos, andaba rodeada de pretendientes aunque no se había hecho ningún arreglo estético. Se cuidaba, claro está, porque cuidarse–tener cuidado de uno mismo– es justo y hermoso, pero su atractivo no venía de la piel, sino de la luz extraordinaria que emanaban sus ojos. La luz del corazón, esa luz que hace ya demasiado que hemos olvidado. Los ojos son el espejo del alma y de ese espejo nace la única belleza que es inteligente cultivar. ¡Cuántos rostros inexpresivos a nuestro alrededor, cuántos cuerpos que persiguen la belleza donde no es posible hallarla! El hecho de que la verdadera belleza está en el interior no es un dicho de consolación para esas personas a las que la naturaleza no ha tratado bien, sino una realidad que no es difícil de probar. La vida es un camino hacia la sabiduría. Quien lo acepte, logrará con los años un esplendor que ninguna crema ni ninguna intervención le podrá dar jamás. Y quien no lo acepte, se verá forzado a correr tras el efímero estandarte de la eterna juventud, como los pobres reos del infierno dantesco, hasta el último de sus días.



P.D.: Envejecer no le gusta a nadie, pero aceptarlo es una prueba de sabiduría. El rostro narra nuestra historia y cómo hemos afrontado la vida. Hay rostros ancianos hermosísimos porque desprenden la luz de la serenidad y la paz interior. Esa es la verdadera belleza de las mujeres de cualquier edad.»