Seguiremos hablando de Amor. De ese amor que solemos llamar “de pareja”, aunque pareja no signifique nada, porque sabemos que existen miles de tipos y maneras de encontrarse para compartir amor. De hecho, seguramente, para cada una de nosotras, amor de pareja, significará cosas muy diferentes.

Por ejemplo, alguna vez, habrás escuchado que “encontrar tu media naranja es lo mejor que te puede pasar en la vida”.

¿Te has sentido alguna vez como una media naranja que tiene que encontrar su otra mitad para estar completa?

Quizás también has escuchado que “eso de la media naranja es un mito romántico: tú eres una Naranja Entera y no necesitas tener pareja para ser feliz”.

¿Te sentiste así en algún momento? ¿Desearías sentirte Naranja Entera?

Yo, en distintos momentos de mi vida, me sentí Media Naranja y me sentí Naranja Entera. La manera en la que busqué y encontré parejas desde cada uno de esos lugares fue totalmente diferente:

Durante el tiempo que me pensé y me sentí Media Naranja, sin ser muy consciente de ello, aprendí todo lo que una mujer debía saber, hacer, pensar y sentir para encontrar a su media naranja. Porque me enseñaron que eso era tener éxito. Y aprendí que si no me adecuaba a ese modelo de mujer, entonces fracasaría, y no sería feliz. Eso es lo que decían desde la tv, el cine, las revistas, la publicidad, la literatura, pero también mi familia y mis amigas. Así que, como yo quería ser adecuada y no quería fracasar, comencé a hacer una de las cosas fundamentales que aprendí que hacían las mujeres exitosas en el amor: estar siempre arregladas (como si normalmente estuviésemos rotas).

Además, también me fijé en cómo eran las supuestas parejas ideales, las que atraían a esas mujeres de éxito: hombres (casi, casi siempre), protagonistas de las grandes historias de amor de las películas, de los carteles y anuncios publicitarios.
Fantaseando con cómo sería mi pareja ideal, elaboré una lista con las cualidades que tendría, cómo sería físicamente, qué actitudes tendría en cada una de las situaciones que imaginaba, qué cosas le gustaría hacer, cuáles no, cómo me haría sentir, cómo me vería a través de su mirada… Así podría asegurarme de que reconocería a mi media naranja cuando la encontrara.

En alguna ocasión, conocí alguna persona que encajaba en el marco que había diseñado para el amor romántico. La obra de arte solía durar un tiempo, unas veces más, otras sólo un instante fugaz: el período que tardaba en des-idealizarla y ver a la persona como era realmente, y no como yo quería verla. A veces me des-enamoraba, a veces se des-enamoraron de mi. A veces algo se rompía en mi, a veces parecía que no. Sea como fuera, tras una relación romántica fallida, yo solía reelaborar la lista de cualidades de mi pareja ideal, poniendo más énfasis en compensar los aspectos negativos que identificaba en esa última persona. Y volvía a arreglarme.

¿Te resulta familiar esta espiral de emociones de los amores-desamores y de las roturas-arreglos?

A mí me llama la atención porque esto de querer o necesitar arreglarnos parece indicar una posible rotura colectiva (de muchas mujeres y de cada vez más hombres), que parece encontrarse a un nivel digamos, superficial: se arregla con maquillaje, dieta, gimnasio, con moda de la última temporada, con unos buenos zapatos y complementos a juego; con tratamientos faciales, corporales y capilares de última generación. Está bien, porque una rotura superficial se arregla más rápida y cómodamente que una rotura más profunda. Además, los resultados del arreglo pueden obtenerse a golpe de tarjeta de crédito.

Aunque a veces, para ser honesta, yo sabía que la rotura era un poco más profunda, pero seguir comprando para arreglar el nivel más cercano a mi piel, calmaba muchas de las emociones que no alcanzaba a entender.

Porque al compararme con los modelos de éxito social, al comparar mi vida con las suyas (tan perfectas y satisfactorias) yo solía salir perdiendo, y me sentía inadecuada y siempre incompleta. Como siempre nos falta algo para ser o estar como los referentes de éxito social, el sistema nos ofrece la posibilidad de comprar para arreglarnos (maquillarnos, estilizarnos, disimularnos…) o para hacer lo mismo con nuestro contexto de vida y nuestras necesidades emocionales. La publicidad y la industria cinematográfica comercial lo saben y lo utilizan: nos venden amor romántico sexualizado y, de paso, compraremos su producto o iremos a ver su película. Hace algún tiempo, el público objetivo eran más claramente las mujeres, sin embargo, ya os habréis dado cuenta, cada vez son más los hombres rotos que necesitan arreglarse. Pero esto es otro tema, que vivimos en una sociedad de consumo y que el amor romántico mueve millones de euros al año, no es algo novedoso.

Lo que para mí fue revelador fue descubrir que consumir para arreglarme por fuera, servía también para ayudarme a sentirme adecuada por dentro . Porque aproximarme al modelo ideal de mujer, me hacía sentir apropiada. Además, eso me acercaba también a los modelos sociales de éxito, los adecuados, los que reciben admiración y reconocimiento. “El tipo de vida que te hace sentir satisfecha”. En estos modelos, claro, tener una pareja adecuada es un aspecto central.

Así que me di cuenta de que cuando buscaba cualidades concretas en las personas que me atraían como parejas potenciales, en realidad estaba tratando de equilibrar mis propias dificultades personales, compensar esas esferas de mi vida que yo no había desarrollado y que me hacían sentir incompleta. Por eso, esperaba encontrar una persona que completara mis carencias, que encajara en mi vida llenando esos vacios, limando mis defectos y solucionando los problemas que yo no había querido o no había podido solucionar. Por eso, las distintas personas de las que me enamoraba, se compensaban entre sí y me compensaban a mi: si una era muy divertida y extrovertida, la siguiente era más seria e intimista; si otra era protectora, la siguiente me colocaba a mi en la posición de cuidadora…

Me di cuenta de esta dinámica, revisando las listas de mi pareja ideal. Tomé conciencia de cómo habían sido mis elecciones de pareja, lo que buscaba en cada persona, lo que buscaba en mí estando en pareja, y cómo las características esenciales de las personas que me atraían habían cambiado mucho con el paso de los años. De hecho, yo había cambiado mucho con el paso de esos años. Entonces, ¿alguien podría asumir la responsabilidad de ser mi Media Naranja e ir cambiando en función de mis deseos y al ritmo de mis propios cambios? ¿Podría o querría yo asumirlo respecto a alguien? Además, ¿para toda la vida?

Decidí que antes de responsabilizarme de completar y satisfacer a alguien, o de buscar a otra persona para que me completara, lo mejor sería responsabilizarme de mi propia vida. Dejé de hacer listas de las cualidades que tendría la persona de la que podría enamorarme, decidí dejar de mirarme a través de los ojos de otras personas para sentirme adecuada, completa o exitosa.
Aposté por enumerar los valores y las actitudes que me gustaban de mi misma, o las que me gustaría desarrollar, las que me harían sentirme más libre y más feliz. Aposté por desarrollar todas las esferas de mi vida. Para ello tuve que hacerme muchas preguntas y hacer algunas elecciones. Por ejemplo, qué cosas me gustaban de lo que había aprendido que era ser mujer, qué cosas me gustaban de lo que me enseñaron que era ser hombre, y cómo quería ser yo: mujer libre. Y no lo hice sola, porque somos cada vez más mujeres y hombres los que estamos eligiendo para transformarnos en personas libres.

En aquel tiempo ya me llamaba a mi misma Naranja Entera, y me relacionaba como tal.
Entonces al establecer relaciones de pareja, comencé a sentir una enorme necesidad de proteger mi libertad y mi independencia. Sentía que si me descuidaba, volvería a convertirme en media naranja. Así que establecía relaciones con personas con quienes, por distintos motivos, no podía desarrollar verdaderos vínculos de intimidad ni compromiso. Así protegía mi independencia, pero mis relaciones de pareja eran menos auténticas que cualquiera de mis otros vínculos afectivos. En cierto sentido me sentía dependiente de familia, de amigas y amigos; relaciones que se basaban en el respeto, el compromiso y la intimidad. Sin embargo, aun deseándolo, temía establecer relaciones de pareja con esas cualidades por miedo a la pérdida de mi libertad.

Me sentía confusa y perdida: demasiado independiente para ser una media naranja, y una naranja entera temiendo reconocerse dependiente, porque deseaba tener pareja.

Una vez más, encontré respuesta a mis dudas en compañía de más mujeres. Durante varios años, pertenecí a un maravilloso grupo de autoconciencia donde nos reuníamos para reflexionar y compartir experiencias y aprendizajes sobre nuestras vidas, nuestras maneras de ser mujeres, y nuestros amores y desamores. El mejor regalo que me hizo ese grupo fue ayudarme a cuestionarme, a hacerme preguntas para tomar conciencia acerca de mis necesidades y de mis propias dinámicas en el amor.

Quizá a ti también te resulte útil ahora una de las preguntas que para mí fue clave y transformó mi manera de afrontar mis relaciones de pareja.
Puedes responder a la que más tenga que ver con tu momento actual:

¿para qué quieres tener pareja?

¿para qué vives en pareja?

¿para qué quieres no tenerla?

Parece una pregunta inofensiva. Sin embargo, mi trampa era responderla comenzando con un “porque…”.
¿Acaba de ocurrirte? ¿Respondiste con un por qué en lugar de con un para qué?

En general, los porqués nos sirven para identificar causas y justificarnos, justifican incluso la inmovilidad (por ejemplo: ¿por qué quieres tener pareja? Porque sí.)
Sin embargo, los para qués nos conectan con nuestros objetivos de futuro, con nuestras motivaciones más profundas, y pueden ayudarnos a identificar cómo nos estamos posicionando, por lo que pueden ser impulsores muy potentes (no puedes responder para que sí.)

Sean cual sea tu situación y posición actual respecto a la pareja, y sean cuáles sean tus para qués, seguramente serán adecuados a tu momento de vida, a tus necesidades y motivaciones. A veces es doloroso reconocerlos porque no se corresponden con la imagen que nos gusta proyectar; pero aceptándolos y, siendo honestas con nosotras mismas, tendremos la oportunidad de aprender de nuestros propios procesos y de las distintas personas que nos atraigan en cada momento.

Clarificar mis “para qués” me posibilitó identificar las cosas que aprendí de cada una de las personas que me atrajeron o con las que me relacioné: todas me mostraron algo de mí misma que estaba necesitando aprender, me mostraron mis cualidades y mis sombras. Y se marcharon o me marché, cuando era el momento de que cada uno continuara aprendiendo solo o junto a otras personas. Aunque todo esto lo comprendí cuando ya habían pasado todas esas emociones dolorosas que no me gusta nada sentir (pero que son tan importantes para aprender y así no sufrir). Comprendí también que cuando sentía esa clara amenaza de pérdida de libertad, era por mis propios miedos a establecer relaciones de compromiso y porque emocionalmente no había alcanzado la autonomía que sí había incorporado en mi discurso.

Además he aprendido que ni soy una Media Naranja ni soy una Naranja Entera, y que no soy más independiente por no tener pareja (porque podría fantasear con ella y sería prácticamente lo mismo), ni soy más dependiente por desear tenerla.

Soy un Naranja en Desarrollo : dependo, aprendo y crezco gracias a los vínculos con las personas que voy encontrando en la vida, entre ellas también mi actual pareja. Nos acompañamos para seguir aprendiendo juntas, para seguir creciendo libres y auténticas, cuidándonos por fuera y por dentro.

Y la pregunta “¿para qué comparto camino con esta persona, en este momento de mi vida?”, me sigue resultando útil para vivir conscientemente, conectada conmigo misma, con mis necesidades emocionales, y para responsabilizarme del proceso que es mi vida.