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Los procesos y resultados de salud y enfermedad, y de su atención desde los servicios de salud, son en gran medida distintos en hombres y mujeres. Estas diferencias, cuando son injustas y evitables, se convierten en desigualdades. La mayoría de ellas no se pueden explicar por las diferencias ligadas al sexo biológico, sino que se relacionan con los roles y estereotipos de género.

En 2006, la esperanza de vida de las mujeres era de 83,8 años, mientras que la de los hombres era de 77,2 años, de modo que las mujeres vivimos 6,6 años más que los hombres. Sin embargo, una mayor longevidad no implica una mejor calidad de vida: nuestra vida con buena salud y sin enfermedades crónicas es más corta que la de los hombres. También la percepción de la salud es peor en las mujeres que en los hombres, refiriéndose como “buena o muy buena” el 54% de ellas y el 63% de ellos.

Los patrones de vida tienen una clara distribución por género. Los hombres tienen conductas menos saludables respecto al consumo de sustancias adictivas (tabaco, alcohol, drogas ilegales). Además, sufren discapacidades desde una más temprana edad. Esto perjudica su salud y estaría relacionado con las mayores prácticas de riesgo que asumen desde los modelos tradicionales de masculinidad.

Por el contrario, los hombres practican más deporte y duermen más horas que las mujeres, con los beneficios para la salud que ello conlleva. Algo que se deriva de la falta de equidad en la distribución de los tiempos de trabajo productivo y reproductivo y de ocio y descanso entre hombres y mujeres.

En los últimos años se están empezando a visibilizar las condiciones en que las mujeres realizamos estos trabajos, peor remunerados, poco valorados, con dobles y triples jornadas, y siendo las cuidadoras principales, formales e informales, de las personas dependientes (de la niñez, de las personas mayores, de las enfermas y de las que tienen discapacidades). Todo ello repercute muy negativamente en su salud y sufren lo que se denomina “Síndrome de la cuidadora”.

También existen diferencias en cómo manifiestan hombres y mujeres sus quejas y dolencias. La frecuencia de dolencias crónicas es del doble al triple en el caso de las mujeres en todas las categorías principales de enfermedades crónicas: artrosis y problemas reumáticos, mala circulación, jaquecas, migrañas, dolores de cabeza, fibromialgias y depresión.

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Por otra parte, también la violencia tiene un claro patrón de género. La violencia es un componente de la masculinidad hegemónica que, por un lado, repercute negativamente en la salud de los hombres produciéndoles lesiones y discapacidades. Pero sobre todo tiene consecuencias traumáticas en la salud mental e integral de las mujeres. La violencia de género, tanto por su magnitud como por su impacto sobre la salud física y mental de las afectadas y de sus hijas e hijos, debe ser considerada un tema prioritario de salud pública.

A la violencia de género debemos sumarles otras manifestaciones de violencia machista e injusticias de género derivadas de la concepción sexual patriarcal, como son el abuso sexual infantil, la prostitución, las agresiones sexuales, las enfermedades de transmisión sexual, etcétera. Todas ellas producen daños físicos y mentales a las mujeres y niñas de cualquier país del mundo (el 90% de las víctimas pertenecen al género femenino).

La información existente sobre la salud afectivo-sexual es muy escasa, y cuando existe se refiere fundamentalmente a los aspectos más biológicos de la sexualidad y de la reproducción. Esta falta de información con la perspectiva de género lleva a medicalizar situaciones que podrían ser curadas con meras variaciones de los patrones tradicionales de sexualidad.

Especialmente se refleja muy claramente el impacto de las desigualdades de género en el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades mentales, tales como la depresión y la ansiedad, que tienen una presencia casi tres veces superior en mujeres que en hombres. Este factor se explica por las causas psicosociales mencionadas anteriormente, pero que permanecen invisibilizadas en la concepción sanitaria hegemónica. Acorde con el modelo biomédico, el tratamiento que se prescribe a las mujeres suele estar basado en psicofármacos, con los consiguientes efectos secundarios para nuestra salud.

También analizamos desde un punto de vista de género enfermedades como las cardiovasculares, el cáncer, la osteoporosis y la fibromialgia, así como la anorexia nerviosa, que afecta fundamentalmente a mujeres y niñas, cada vez a edades más tempranas y en mayor proporción (10%).

Ante las diferentes necesidades de salud de hombres y mujeres, la sociedad responde estableciendo políticas de salud y ofertando servicios. Incluso en aquellos casos en que las políticas y servicios se ofertan aparentemente por igual a hombres y mujeres, no son utilizados de igual manera por unos y por otras. La equidad de género se aborda en los Planes de Salud de las Comunidades Autónomas, pero este abordaje se queda fundamentalmente en el plano del discurso, no concretándose en objetivos operativos y evaluaciones instrumentales. Actualmente, en el análisis de los problemas de salud, casi todos incluyen la desagregación por sexo pero no se realiza el análisis de género de ellos, ni acciones específicas con perspectiva de género.