“Se considera abuso sexual la situación en la cual un adulto (o un adolescente) tiene contacto físico con una niña o niño (o adolescente) para la gratificación sexual del adulto. Dado que las niñas/os no han alcanzado aun la madurez emocional y el desarrollo cognoscitivo necesarios para evaluar adecuadamente el contenido y las consecuencias de actos de esta naturaleza, carecen de capacidad para consentir plena y conscientemente.

La mayoría de los abusos ocurren en el hogar de las víctimas y el ofensor es generalmente el padre u otro pariente cercano que tiene fácil acceso a la víctima. El adulto utiliza la ventaja que le da su posición de poder o autoridad para envolver al menor en la actividad sexual.

Generalmente el abuso no es un hecho aislado y momentáneo en la vida de la/el menor. Casi siempre se desarrolla paulatinamente, se prolonga desde meses hasta varios años y envuelve toda una gama de comportamientos que va «desde exhibicionismo hasta la penetración anal y vaginal.”

El abuso sexual ocurre en todas las clases sociales, independientemente del nivel económico y cultural. Es probable que se dé en un ambiente en el que, como mínimo, exista maltrato emocional. Si aparece rodeado de violencia física, alcoholismo, abandono, etc., las secuelas del propio abuso se intensifican y se suman a las que provocan estas otras problemáticas. Además, las  características propiasdel abuso en sí mismo pueden aumentar la gravedad de las secuelas: el tiempo que dura el abuso, el número de agresores o abusadores, el grado de violencia o manipulación utilizado, la reacción de los adultos en caso de que la menor pida ayuda; incluso la forma en que la víctima reacciona ante el abuso puede complicar más las consecuencias que el abuso tiene a corto, medio y largo plazo.

“Los efectos pueden ser tan generalizados que lo invaden todo: el sentido de la identidad, las relaciones íntimas, la sexualidad, la relación con los hijos, la vida laboral, la cordura…”

Esto es lo mejor que he podido resumir, a modo introducción, sobre lo que hemos trabajado en el taller. Lo entrecomillado lo he sacado de textos que nos han dado como material, lo demás de notas del trabajo en grupo.

Mi visión:

El daño producido puede ser tan grande que si en algún momento no lo abordas frontalmente, las secuelas te acompañan toda la vida. El abusosexual y el incesto constituyen en cierto modo una eficaz forma de aniquilar a una persona: sin quitarte la vida te incapacita para tomar de ella satisfacciones y te puede llegar a arrojar a una espiral de autodestrucción prolongada al infinito.

Cuando releo lo que he escrito durante el taller me doy cuenta de lo útil y necesario que me ha sido para salir del escollo en el que me encontraba antes de llegar a él. Sobre ello le escribía a una amiga: “me siento acabada, bloqueada emocional e intelectualmente, ni siquiera perdida, más bien al final de una pérdida infinita, en la trampa central de un laberinto donde un muro movedizo te ha acorralado en un cubículo donde no hay ni una sola grieta con la que imaginar un horizonte».

Al releer tomo conciencia de cuanto me ha servido para ver con claridad cómo me afectó el abuso y lo que lo rodeó, y cómo en la actualidad seguía interfiriendo en mi vida desde la sombra. Ha sido en ese doloroso ejercicio de recordar, pararme a pensar y analizar donde se ha arrojado la luz imprescindible que ilumina ante mis ojos la forma en que yo puedo intervenir ahora para evitar que siga haciéndolo.

En un ejercicio trabajamos sobre las múltiples formas en que reaccionamosreaccionamos al abuso para sobrevivir y cómo esos aprendizajes se habían incrustado en nuestra vida de forma que permanecían en la actualidad provocando insatisfacción y malestar.

Estas reacciones-consecuencias-secuelas pueden ser:

  • Restar importancia a lo ocurrido, racionalizarlo dejando al margen nuestros sentimientos, negarlo, olvidarlo.
  • Desdoblamiento-escisión, dividiéndonos en más de una persona: la que se ve y la que permanece oculta a los demás. Abandonar el cuerpo, desconectando de él totalmente.
  • En la pérdida, exceso y ejercicio del control: necesidad de controlar todo lo que te rodea para protejerte, generar caos para atraer la atención y obligar a los demás a atender tus problemas, padecer enormes despistes y ausencias por estar interiormente en “otro mundo” algo así como ausente, permanecer en alerta constante, desarrollar un mordaz sentido del humor como forma de enfrentar la tragedia escondiéndote detrás de él para mantener una distancia protectora, mantener ocupación constante para no pensar…
  • Escaparse.

Y si el dolor es demasiado grande:

  • Enfermedad mental, automutilación, intentos de suicidio,…
  • Adicción y aislamiento, problemas con la comida, mentir, robar o jugar compulsivamente, adicción al trabajo,…
  • Buscar seguridad a cualquier precio: convirtiéndote en esposa y madre abnegada renunciando a todo lo demás, o evitando la intimidad a cualquier precio.
  • Buscar o evitar compulsivamente contacto sexual.

Al hilo de este texto comprobamos que cada una había reaccionado de forma distinta aunque básicamente parecida, y que había muchos elementos en común: generalmente sólo variaba la intensidad con que nos había afectado alguno de los puntos anteriormente citados.

Al releer todo lo que escribí como trabajo para el taller, me sorprendo distinta a la que era cuando lo escribí, y gracias a los análisis elaborados durante el taller he podido darme cuenta:

  • de cómo puedo intervenir en situaciones concretas que antes no podía ver y que me abocaban al desastre.
  • de cómo todo lo que me sirvió en un momento para sobrevivir en la actualidad me estaba impidiendo responsabilizarme de mi bienestar.
  • de cómo no tenía ni remota idea de que esto ocurriera porque desconocía la manera en que llegaba a determinadas situaciones: creía que eran inexplicables e inevitables y, por lo tanto, que yo no tenía ninguna capacidad de cambiarlas.
  • de cómo ejecutando esos aprendizajes inconscientemente anulaba el poder que tengo sobre mi vida.

Y digo que me sorprendo distinta porque ahora sé qué hacer para no llegar a situaciones muy extremas que me hacen daño, no siempre lo consigo totalmente, pero me perdono y puedo reaccionar, hasta incluso creo que comienzo a destinar energía (la que antes ponía en hacerme la vida imposible) en conseguir lo que necesito y perseguir lo que realmente me importa en la vida.

Gracias al taller la adulta que somos ha tomado de la mano a la niña herida que aún permanece en nosotras y juntas hemos trabajado en una reconciliación con nuestro pasado, que actúa como un lastre y que impide que atravesemos el umbral de la “superviviente”, el umbral de la superviviente es encontrarte en una situación precaria permanente donde te comportas como un animal herido que utiliza toda su energía en los mínimos necesarios para mantenerse a flote, una situación de precariedad permanente en la cual cualquier estimulo exterior es vivido como una agresión ante la que nos sentimos impotentes, precariedad que nos mantiene aisladas, atadas a un sentimiento de culpa que nos agota, enganchadas a una necesidad de controlarlo todo para protegernos que nos enferma, atrapadas en una relación agresiva con nuestro cuerpo que nos debilita.

Ocurre que después de vivir un inmenso dolor en soledad, sin poder comprenderlo, te conviertes en alguien con serias dificultades para relacionarse íntimamente, cuando una parte fundamental de tu persona está incomunicada, no tiene palabras para expresarse, ni lugar en el mundo donde residir, entonces una parte de ti está enajenada, una extrañeza permanente te aleja del mundo, mientras el resto de lo que eres actúa en un teatro infinito intentando restaurar la carencia de afecto que significó el abuso, intentando desesperadamente ser aceptada.

En esa necesidad de protegernos desconfiamos de nuestros sentimientos, que aprendieron que no se podía confiar, que si algo malo te ocurre la culpa es tuya y te verás sola, aprendimos que el mundo de los sentimientos es confuso y peligroso, y así desconectadas del cuerpo caminábamos sin brújula por el mundo.

Precisamente y paradójicamente, esta limitación nos ha convertido en presa fácil de nuevos abusos a lo largo de nuestra vida, porque al final reproduces lo que conoces y es difícil romper el círculo tú sola.

Entre todas hemos podido reconocer las múltiples estrategias que utilizamos para sobrevivir al sufrimiento, y discutirlas. Hemos podido reconstruir los caminos que en la actualidad nos llevaban a situaciones parecidas y que nos mantenían incapaces de hacernos cargo de nuestros deseos, de lo que queremos, de nuestras vidas.

Caminos que no podíamos reconocer porque los mecanismos utilizados para sobrevivir se encontraban profundamente interiorizados, tan fuertemente arraigados que nos hemos comportado hasta el presente como si un peligro constante nos acechara, y que además aparecían invisibles a nuestros ojos.

Juntas hemos podido reconocer esos bloqueos, pánicos, incapacidades, insomnio, sentimientos de culpa, rabia reprimida, nuestro malestar permanente en el mundo traducido en intentos de suicidio, deseos de muerte, sensación permanente de catástrofe, de algo que creíamos intrínseco en nosotras que estaba mal, muy mal, y la incapacidad de disfrutar de nada. Hemos podido recorrer los múltiples caminos que han construido en nosotras todos esos sentimientos, esas percepciones impotentes que teníamos sobre nosotras, cómo se fueron insertando en nuestra realidad triste.

Hemos encontrado, en esta intensa búsqueda, familias desesctructuradas donde como mínimo la falta de afecto y el descuido era lo común, donde las mujeres (madres u otras) se encontraban a su vez debilitadas y aisladas por los abusos que ellas sufrían o habían sufrido, y donde además aparecía fácilmente la violencia emocional o física especialmente contra las “hembras”.

Gracias a las herramientas que nos ha proporcionado el taller hemos recogido y ordenado los mensajes concretos que cada una de nosotras hemos recibido a lo largo de nuestra vida en el ámbito educativo y cultural, en el religioso y político, en lo público (publicidad, radio, tv, cine, prensa…) y privado. Hemos visto cómo, desde todos estos lugares en los que hemos sido socializadas y que nos han ido conformando, se ejercía una gran violencia contra nosotras, en tanto que mujeres. Y que nos resultaba muy difícil separar unas violencias de otras, en realidad nos resultaba muy fácil encontrar las conexiones, los puntos de apoyo que existen entre ellas y descubrir un entramado en el cual todas y cada una de esas violencias son el soporte necesario e indispensable para la existencia de todas las demás.

Esto nos ha permitido ver con claridad que el hecho del abuso fue cometido en cada caso por un agresor concreto,responsable único de tales hechos, pero insertado y permitido por un contexto más amplio de violencia generalizada contra nosotras las mujeres. Una violencia más o menos visible, más o menos disimulada, y a la que hemos estado, o estamos todavía, más o menos acostumbradas.

Vistas así estas violencias han dejado de formar parte del paisaje como algo “normal”, y las hemos señalado como factores desencadenantes de nuestros malestares. Violencias que forman parte de un sistema en el cual los “hombres” aparecen como los principales actores, pero donde las mujeres hemos sido adiestradas en su mantenimiento participando activamente como por inercia y que si no tomamos conciencia de ello podemos estar contribuyendo en el sufrimiento de otras mujeres. Sin ir más lejos, el ejemplo de muchas de nuestras madres que han sido tan machistas o más que nuestros padres, puede ser más que revelador. O el mito de que “las mujeres somos nuestras peores enemigas”, son ejemplos de cómo un sistema puede ser tan perverso que nos hace partícipes activas de nuestra propia lapidación y condena. Típicos comentarios negativos desde mujeresa otras mujeres, que refuerzan y construyen día a día el aislamiento que sufrimos las mujeres entre nosotras, que nos construyen como objetos en función de las relaciones con “ellos”, donde ellos aparecen como centrales, y donde la relación entre nosotras es una relación mediada por la centralidad de “ellos” y “sus conflictos” con nosotras: sus objetos de pertenencia. Dinámicas y miradas de desconfianza a “las otras” mujeres, a las que convierten en enemigas, y que hacen imposible el encontrarnos desde nuestros deseos, dolores, necesidades, esperanzas, afectos, admiraciones, capacidades y potencialidades.

Porque aunque no todas las mujeres hemos sufrido incesto o abusos sexuales [[El centro de apoyo contra el incesto de Oslo considera digna de crédito la cifra del 10% de la niñas en edad de crecer que sufren abusos sexuales por parte de algún familiar]], todas hemos sufrido algún tipo de abuso sexual o violencia de otra índole por el hecho de ser mujeres. Una violencia que en su máxima extensión agrede el cuerpo y la identidad, violando esos frágiles límites que somos: piel, vasos sanguíneos, vísceras y huesos [[Otro estudio realizado en Holanda con 1.000 mujeres representativas de la población en general, se encontró que 1 de cada 3 mujeres tiene experiencia de abusos sexuales antes de la edad de 15 años y una de cada 6 tiene experiencia de incesto, 3% referido a padre-hija.]] [[El abuso sexual a menores tiende a ocurrir más entre las edades de 7 a 11 años, pero se ha informado de casos de menores abusados que solo tenían 8 meses de edad. Algunas investigaciones indican que una parte de la totalidad de los abusos se producen cuando la víctima es menor de 7 años.]].

Llegado a este punto una idea entorno a la violencia se dibuja en mi pensamiento y encuentra difícil expresión:

«Es razonable pensar que cualquier tipo de violencia dejará su marca. Sospecho que el grado de locura o sufrimiento que genera será inversamente proporcional a la capacidad o posibilidad de la víctima de encontrar vías de escape, forma de rebelarse o de derivarlo hacia otras personas más débiles. De esta manera la violencia genera un sufrimiento en cadena prolongado al infinito.

Tenemos así como resultado una sociedad dolorida, con un alto nivel de sufrimiento, producto de un sistema de violencia más o menos sutil, donde los más débiles sufren como último eslabón de la cadena. El orden podría ser varones adultos y jóvenes, varones sensibles, mujeres, ancianos, ancianas, niños, niñas, locos, locas… Atravesado todo ello por el sexo, la raza y la clase social, orientación sexual y otras.

Un circulo de violencia que no se cierra, que se extiende y amplifica, generando malestar sufrimiento y enfermedad… Nosotras hemos podido comprobar que es posible cortocircuitar esos efectos y redirigir la energía en direcciones más positivas y productivas».

Probablemente todo lo aquí expresado no sea completamente compartido por todas las mujeres que han participado en el taller. Incluso algunas mujeres lo abandonaron antes de acabar. Por todo esto quiero aclarar que las afirmaciones que se encuentran en plural y que aluden a un «nosotras» no son el producto del trabajo colectivo en la elaboración de este texto, sino que más bien responden a mi necesidad de expresar que el proceso lo hemos hecho juntas, y aunque nuestras conclusiones no sean iguales, ha sido imprescindible, para lo que cada una hemos aprendido, la colectivización de cada trabajo personal: Ha sido imprescindible y muy gratificante el trabajo colectivo.

Creo que el taller tiene dos caras:

Una: la dureza con que es necesario hacer una revisión de determinados hechos de nuestras vidas. Dureza porque los hechos son duros de por sí, porque el taller significa un afrontarlos de cara, con honestidad.

La otra cara es que las herramientas y aprendizajes que te aporta significan realmente un cambio para la vida.

Porque aunque sea muy duro el taller, y doloroso el tocar hechos que nos han hecho tanto daño, es sobre todo liberador. Con él hemos podido visualizar con claridad las secuelas que aún permanecían en nuestras vidas, que nos han hecho enfermar e impedido salir de círculos viciosos en los que estábamos atrapadas sufriendo y sintiéndonos infelices, desdichadas.

Herramientas que nos han abierto la posibilidad de entender cómo habíamos llegado hasta esos lugares de muerte y con las que cada una hemos encontrado pistas que nos indican caminos en los que despojarnos de todo lo que nos mantenía como amortajadas en esa sensación de que la vida se te va de las manos a cada instante, durante toda tu existencia, mientras tú permaneces impotente, víctima, desdichada, sufriente.

Como decía, herramientas con las que destornillar tensiones, romper o cambiar lo que nos hace sufrir, desmontar bloqueos, soltar el lastre, y canalizar nuestra rabia de forma que no nos destruya ni a nosotras ni a otras/otros. Sobre todo herramientas que nos han abierto caminos hacia una vida en la que somos un poco más dueñas de nuestros deseos, de nuestros cuerpos, de nuestras necesidades, y nos permite vivir en paz con nosotras mismas y con el mundo, convirtiéndonos en actoras y agentes de cambio activas hacia una vida mejor para nosotras y para otras.

Sabemos que el taller no resuelve nuestros problemas de un plumazo porque ese proceso es un largo camino que ocupará mucho tiempo en la vida de muchas mujeres y que significa cambiar el mundo. Pero ahora estamos más capaces, mejor equipadas. Si este proceso no se hubiera abierto estaríamos perdidas a la deriva en una dinámica de autodestrucción permanente en forma de depresión, enfermedad, alcoholismo, drogas, anorexia o bulimia, abuso, maltrato, y otras…

Porque aunque sea doloroso tocar hechos que nos hicieron tanto daño, sobrevivimos a lo más duro: el propio abuso.

Porque aunque sea doloroso es principalmente liberador. Liberador porque nos libera de las secuelas que aún permanecen en la actualidad de nuestras vidas.

Y también porque nos hemos reído mucho.

Y sobre todo, la fuerza de hacerlo con otras mujeres que sin juzgar, entienden y respetan tus sentimientos y contradicciones por retorcidos que pudieran parecer, porque en cierto modo son también sus miedos, dudas y contradicciones. Y porque los sufrimientos de cada una tienen una historia común. La posibilidad de hacer esto en acompañamiento mutuo dentro de un mismo proceso, destruye la esencia misma del abuso: el aislamiento en que se da y al que te somete. Rompiendo así los miedos y ansiedades que se fraguaron en él.

Y sobre todo, la fuerza de saberme acompañada a distancia por todas las mujeres anónimas del mundo que día a día luchan por cambiar y mejorar sus vidas.

Y con la compañía especializada de mujeres comprometidas y sensibles: el equipo de psicólogas de salud entre nosotras.