La desigualdad entre los géneros es la causante de que se propague la violencia contra las mujeres y a través de múltiples estrategias, consigue que no encuentren argumentos para comprender lo que les pasa y les cueste defenderse.

El patriarcado ofrece una serie de explicaciones de forma que las culpables parezcan las víctimas. Para ello niega, minimiza, olvida, racionaliza o desvía el problema y así desprende a los agresores de la responsabilidad de sus actos. Esta trama de control genera confusión. Su objetivo es que no se cuestione el patriarcado. Es una alianza implícita entre los que ostentan el poder para no permitir a las mujeres salir del redil de la sumisión.

En los casos de abusos sexuales, estos mecanismos se observan desde el primer momento, cuando el agresor quiere ganarse la confianza de la víctima, hasta el momento de la denuncia, contribuyendo a ello instituciones tan patriarcales como son los juzgados, la medicina, las familias… En este artículo vamos a analizar algunas de estas estrategias empleadas por los delincuentes sexuales para salir indemnes de los daños que provocan.

Por ser el abuso sexual infantil (ASI) sufrido con mayor frecuencia por las niñas (22.5% de los casos) que por los niños (15.2%), y en más de un 95% de las veces el agresor es un hombre, a partir de ahora hablaré en género femenino cuando me refiera a las víctimas y en masculino cuando me refiera a los agresores.

En el caso de los abusos sexuales a menores, antes incluso de que la víctima se plantee siquiera denunciar, el agresor ya se ha encargado de inocular el miedo y la culpa a su presa para inmovilizarla, y que no haga nada sin su control. Si no lo consigue, tratará de hacerla sentir culpable. Estos mecanismos de actuación suponen la mayor perversión: no solo se es víctima de un verdadero terror, sino que te convierten en culpable.

La primera fase de los abusos sexuales infantiles, la fase de atracción, suele comenzar con lo que a los ojos de cualquiera podrían ser conductas sanas de afecto, aunque la intención verdadera del agresor sea ganarse la confianza de la víctima para después poder hacer con ella lo que quiera. Una vez la niña se siente a gusto y cercana a su abusador comienza la segunda fase, la de la interacción sexual, propiamente dicha. En esta fase, pocas veces necesita utilizar la violencia para conseguir que la menor haga lo que él quiera, pues éste lo plantea como un juego o como muestras de afecto. La niña no actúa con libertad, lo hace a través de engaños.

Si el primer objetivo del abusador era el abuso en sí mismo, el segundo objetivo es que sea un secreto entre ambos, que la niña no se lo cuente a nadie. Por eso, si ve que la menor no entra en su juego o que corre el peligro de ser denunciado, comenzará la tercera fase, la fase del secreto. Aquí se encarga de que la niña comprenda que es algo que nadie más debe saber, no duda en amenazarla o chantajearla, con premios o regalos o incluso le puede llegar a atemorizar con que algo malo le podría pasar a su mamá si se enterara o incluso a él mismo, pues podría ir a la cárcel por su culpa. Así consigue que se sienta responsable de todo lo malo que puede ocurrir a partir de la revelación. En este momento es posible que ella no comprenda lo que le está pasando, pero sí que sabe que es algo raro o malo que no debe contar.

En este momento podría ocurrir que el secreto fuera tan doloroso que ya no lo pudiera ocultar más, o que fuera otra persona la que les descubriera. Entonces comenzaría la fase de la revelación. Cuando esto ocurre, el agresor comienza su lucha implacable por desacreditar a la víctima o a la persona denunciante a través de todos los mecanismos a su alcance. Puede decir que se lo inventan, que están locas, que le odian o incluso que es un complot contra él para conseguir algo (más adelante hablaré del Síndrome de Alienación Parental). Esta es la fase donde con más intensidad tratará de infundirle miedo sobre lo terrible que le puede suceder si no hace lo que él quiere. Aquí la confrontación es abierta y el cuestionamiento de lo que ha vivido también. Dependiendo de cómo reaccionen las personas a su alrededor, la niña puede llegar sentir que la situación es demasiado dura, que no la puede manejar, que está fuera de su control y sin embargo sienta que todo depende de ella. Sobre todo cuando el abusador está dentro del entorno de la niña (que contrariamente a lo que se piensa es en la mayoría de los casos). Es muy difícil denunciar al que es su padre, su tío, su abuelo… y a la vez, tener que seguir desayunando con él cada mañana.

Si la menor no soporta la tensión por que el entorno no la ha protegido, pasará a la siguiente fase, la de la negación. La niña negará todo lo que había defendido hasta ese momento, como única forma de que las cosas vuelvan a la “calma”. Seguirá sufriendo los abusos, pero con la esperanza de que las amenazas lleguen a su fin y que ya no vea más las lágrimas de su familia rota. Rota por lo que ella cree que es su culpa. Piensa que es mejor fingir que nunca pasó.

  • Atracción
  • Interacción sexual
  • Secreto
  • Revelación
  • Supresión posterior a la revelación

Llega un día en que terminan los abusos, el tiempo pasa y ellas se hacen adultas. Muchas cosas cambian, pero sus secuelas permanecen. Terminaron los abusos, pero no sus consecuencias. Pasaron de víctimas a sobrevivientes sin muchas veces saber muy bien de qué manera. No es extraño que estas mujeres, al igual que las víctimas de cualquier suceso traumático, olviden lo que pasó durante una parte importante de sus vidas. El olvido protege de un dolor que si fuera consciente, tal vez, no serían capaces de soportar. A pesar de no recordar y arrinconar los hechos en lo más profundo de la memoria, en la superficie tienen que lidiar continuamente con los efectos del abuso, que en muchos casos son devastadores para la víctima. Quizás no sepan decir que les pasó, pero sí saben describir sus síntomas de desesperanza, falta de confianza en los demás, problemas sexuales. Pueden hablar de las estrategias que se buscaron para poder sobrevivir al trauma, aislándose de los demás, defendiéndose agresivamente del mundo que consideran hostil o no sabiendo como protegerse, viviendo en un caos… Llegadas a este punto, probablemente tras muchas dudas y miedos, tras muchas sesiones de terapia para reponerse de este dolor, algunas mujeres reúnen suficientes fuerzas para denunciar. Tras años después del suceso, no sólo denuncian por los hechos en sí mismos, si no por todo el daño que les ha provocado, cada día de sus vidas.

En estos casos, el patriarcado ha creado numerosas estrategias para desacreditar a las víctimas y/o a todas aquellas personas que las crean y quieren proteger. En Estados Unidos surgió un movimiento para deslegitimar las denuncias de las víctimas a través del cuestionamiento de su credibilidad. Este movimiento, curiosamente formado por hombres acusados de agresiones sexuales y sus defensores, alega que las víctimas se inventan las acusaciones, que están locas, o incluso, que eran ellas mismas las que provocaron los abusos. Hacen alusión a lo que llaman “Síndrome de los Recuerdos Falsos”, y arguyen que las víctimas se inventan sus recuerdos o que sus terapeutas los han incentivado. Pero, ¿por qué iban a denunciar algo que reporta tantísimo dolor y sufrimiento?, ¿por qué iban a exponerse a una posible descalificación y brutal cuestionamiento de su intimidad ante unas instituciones tan patriarcales? La respuesta es que ésta es su manera de liberarse de parte del horror del pasado.

Desgraciadamente, no son las propias víctimas de abusos sexuales las únicas en ser cuestionadas, también sus madres son muchas veces cuestionadas, pues se las hace únicas responsables del bienestar de su descendencia así como de cubrir las necesidades de sus parejas. De esta forma se justifican agresiones sexuales de los padres en los casos donde ellas no están totalmente disponibles para atender las “necesidades” sexuales de sus maridos, ya sea por estar ingresadas, tener un trabajo nocturno o cualquier otro motivo. El agresor utiliza un doble argumento para culpabilizarla: “mis necesidades deben ser cubiertas. Tú estabas ausente, por tanto, eres culpable”.

Al contrario de lo que podríamos pensar, no sólo los abusadores y los que los defienden directamente, son los únicos que tratan de silenciar las voces del sufrimiento. Como decía al principio, en nuestra sociedad el patriarcado trata de ocultar este tipo de violencia, máximo exponente de la violencia de género, desde diferentes ámbitos.

En el campo de la medicina se siguen negando las evidencias de abusos sexuales a menores, incluso habiendo síntomas a nivel físico inconfundibles, en ocasiones se han explicado como origen de una masturbación excesiva, como problemas congénitos o ausencia de himen. Existen otros casos donde no niegan que los hechos hayan ocurrido, pero sí que les sigan afectando tras tantos años. Claro, es comprensible que esto sea incómodo para muchas personas, pero como decía una mujer en el documental “silencio Roto” de Documentos TV: “es como pedirle a alguien que ha tenido un accidente de tráfico y que ha perdido una pierna que deje de cojear”. Los traumas no nos dejan de doler cuando a los demás les viene bien. Un reconocido psiquiatra de la Comunidad de Madrid, ante la noticia de una joven que denunciaba haber vivido abusos sexuales por parte de su tío cuando ella tenía 8 años, contestaba: y “¿a santo de qué lo cuenta ahora? Es posible que le haya sucedido, pero han pasado 12 años y ya tendría que haberlo olvidado”.

En el mundo de la judicatura, también hay algunos profesionales que manipulan y desacreditan las denuncias de abusos sexuales a menores de forma sistemática. Anteriormente hice mención del “Síndrome de Alienación Parental”. La utilización de este término comienza a emplearse en los casos de separaciones contenciosas donde la madre denuncia su sospecha de un posible abuso sexual a su hija o hijo por parte de su ex marido. Y son los padres denunciados los que se defienden de estas acusaciones alegando la manipulación de las madres de su descendencia para usurpar su derecho a disfrutar de sus hijas e hijos tras la separación. Una vez más la perversión está presente, la mujer pasa de víctima a verduga.

En este ámbito, otra forma de manipulación y de silenciamiento de las víctimas, consiste en alegar que sus denuncias son falsas. Sin embargo, en la mayoría de los casos no aclaran que aquellas denuncias a las que se refieren como falsas son las que hablan de unos hechos que no se pueden demostrar. Una cosa es una denuncia falsa y otra es aquella que carece de datos suficientes para ser probada. Pero, ¿que evidencias físicas y palpables podemos tener cuando el daño empieza en lo psicológico y termina en la agresión sexual sin marcas físicas? Por ejemplo, en el caso de abusos sexuales donde obligaron a la menor a realizar o ver actos sexuales, ¿qué pruebas podrían conseguirse?

Son muchas las fuerzas que se invierten en mantener la Ley del Silencio, que tratan de acallar las voces de quienes consiguen reunir la suficiente fuerza como para denunciarlos, para que no hablemos, y si lo hacemos, para culparnos por no callar. Por eso es tan importante que estemos unid@s y denunciemos la violencia que ejercen contra nosotras las mujeres y especialmente la que se ejerce contra los más débiles, los y las niñas. Es muy importante que hablemos, que nos comuniquemos, que entre todos denunciemos. Esto nos da la fuerza y ayuda a que los agresores no queden inmunes y contribuye a que las desigualdades de género vayan desapareciendo.

Nos gustaría que conocieras y dieras a conocer, y si te parece bien te adhieras a una campaña en contra de los abusos sexuales a menores Campaña “ASI NO” No al abuso sexual infantil, que nació en Argentina y que nosotras desde la Asociación no sólo apoyamos, sino a la que servimos de soporte virtual, a través de nuestra página Web para que su difusión sea lo mas amplia posible.

Para más información sobre la esta campaña, visita nuestra Web www.mujeresparalasalud.org en el apartado de campañas y si quieres sumarte, envía tu apoyo al correo electrónico que se indica en el documento.

Muchas gracias por tu interés y colaboración