Todavía no me lo creo, ya se ha terminado la pesadilla y vuelvo a mi vida real con una experiencia dura a mis espaldas. Ahora, finalizando mi proceso de recuperación, parece que ya lo siento como un mal sueño lejano, un recuerdo que empieza a anestesiar el sufrimiento vivido, desdibujando los detalles de una nebulosa espiral que me ha tenido atrapada durante demasiado tiempo.
Me resistía a escribir sobre ello, me daba mucha pereza, quería que fuera algo del pasado, alejarme cuanto antes, y hacer como si nada hubiera ocurrido, aunque en mi brazo llevo la marca que me obliga a poner los pies en la tierra. Y al empezar a pensar mientras escribo, me invade una oleada de emociones contrapuestas, me pongo a llorar, revivo la angustia, el corazón me late muy fuerte, pero a la vez siento que estoy feliz porque soy muy afortunada, una privilegiada que ha podido encontrar una salida del laberinto gracias a los conocimientos de un sabio que me encontré en una encrucijada del camino. Sé de sobra que escribir me va a venir bien, me va a ayudar a lamerme las heridas, a colocar las piezas en su sitio; y me gustaría compartirlo con vosotras, intentar transmitiros lo que he pasado, por lo que os pueda aportar.

Han sido casi 9 meses de tortura, de mucho dolor físico pero sobretodo de mucho sufrimiento mental. Desde que tuve aquella fatal caída en Octubre del año pasado he vivido muchas fases diferentes, pero todo el tiempo he tenido la sensación de ser la marioneta de un sádico, que me volvía a apretar las tuercas cada vez que me acostumbraba y aceptaba con impotencia bajar un escalón más hacia la absoluta indefensión.

Al principio, ignorante de lo que se me venía encima, estaba centrada en recuperarme de lo que yo pensaba que era un proceso normal, aunque ya desde el comienzo se complicó la historia. Me hice una fractura en la muñeca bastante chunga que consiguieron colocarme sin pasar por quirófano, y me pronosticaron una recuperación total. Pero yo, incluso con la escayola, tenía mucho dolor, y ante mis quejas, el traumatólogo de turno me dejaba sin argumentos, normalizando ese dolor como consecuencia del tipo de fractura y quitándole importancia. Me llegué a sentir “demasiado” quejica ante los demás, porque yo sentía que había gente que no se creía que estando escayolada me doliera tanto, y dudé del valor de mi propia percepción.
Este fue mi principal error dentro del agujero negro del sistema sanitario, que te otorga un papel de sumisión ante la sacrosanta autoridad de los médicos aunque tu sentido común te diga lo contrario. Me arrepiento de no haber seguido mi instinto desde el principio, porque ahora estoy segura de que mi dolor no era normal, sino que era la prueba de que me habían dejado mal la muñeca y de que iba a tener secuelas. Y aunque no sé si podrían haber hecho algo para solucionarlo, visto lo visto, por lo menos hubiera sentido que defendía mejor mi derecho a la dignidad, a que me trataran con respeto y a no permitir que anularan mi criterio personal.

A medida que pasaban las primeras semanas después de estar inmovilizada, se añadió al dolor anormal, la sensación de que no iba a recuperar la funcionalidad de la muñeca. Me pedían que hiciera ejercicios, y yo veía que mejoraba en todos los movimientos menos en el de rotación del brazo, que estaba totalmente bloqueado. Pero vuelta a la impotencia, los médicos me reprochaban que no me esforzaba lo suficiente, y la gente me decía que era una impaciente, que era un proceso largo y duro, pero que al final lo conseguiría si tenía la suficiente constancia.
¿Sabéis lo que es sentir que te están pidiendo algo que solo tú intuyes que es imposible, pero a pesar de ello te fuerzas a obedecer y te obligas a machacar más tu pobre brazo, con disciplina militar, yendo a fisioterapeutas, osteópatas, y dejándote torturar durante meses sin obtener resultado alguno?.
Pues es una sensación horrible, me he sentido muy sola, incomprendida, porque aunque tenía la empatía y el apoyo de mi gente (especialmente de mi pareja y mi madre), no me llegaba lo que yo necesitaba, la confianza absoluta en mi criterio. Empezando porque yo era la primera que me boicoteaba, y le daba poder a una autocrítica reforzada por mi estado vulnerable que me recordaba que el problema lo tenía yo, porque era “débil, inmadura por no saber enfrentarme a los momentos difíciles de la vida sin caer en la frustración”, lo cual me hacía autocastigarme más encerrándome en mí misma, abandonándome a la soledad, e impidiendo que l@s demás me ayudaran, a la vez que les exigía estar a mi lado sin pedírselo.
En ese pozo caí, y de ahí tuve que sacarme yo misma, porque ya sabéis que el trabajo duro es cosa de cada una, y poco a poco me fui dando cuenta de lo absurdo de mi actitud, y dejé de luchar contra mí para centrarme en buscar la mejor manera de recuperarme de mi lesión.
Paralelamente a todo esto, me sumergí en el itinerario kafkiano del Insalud, yendo de un médico a otro como una pelota porque no sabían qué hacer conmigo. Empecé a moverme por la medicina privada buscando más información, contactando con expertos, costeándome pruebas diagnósticas para acelerar el proceso, y descubriendo lesiones añadidas, que en el Insalud volvían a minimizar como “posibles consecuencias normales” de la fractura. “La culpa la tenía mi naturaleza física que había evolucionado mal”, decían, pues vaya mala suerte…
Unos decían que la rehabilitación no funcionaba y que había que operar pronto, otros que insistiera con los ejercicios y pospusiera la cirugía, pero nadie me decía cual era el problema, se contradecían constantemente, unos lo achacaban a los huesos mal colocados, otros a los ligamentos rotos…
Me informaron de varias opciones quirúrgicas, a cual más enrevesada, por un lado, como decían que tenía el cubito más largo (a pesar de tener la fractura en el radio) proponían acortármelo para igualarlo al radio y facilitar la rotación de muñeca; o sea, es como si estás coja de una pierna, y te cortan la sana a su altura para que dejes de cojear. Por otro lado, daban por perdida mi muñeca y me recomendaban hacerme otra artificial un poco más abajo en el brazo (los pelos como escarpias…).

Y llegó el momento angustiante de la decisión final, había pasado mucho tiempo y tenía la sensación de caminar en espiral hacia dentro, porque aunque tenía mucha información, la decisión era cada vez más difícil, y nadie me daba garantías de éxito razonable. Al contrario, si me operaba, había bastante probabilidad de meterme en una cadena de operaciones para parchear los inconvenientes de las anteriores.
Yo quería despertar de la pesadilla sin afrontar las consecuencias, no quería aceptar el riesgo de la cirugía, porque me sentía como si fuera al matadero, y me visualizaba atrapada para siempre en un problema que podía devorar mi vida. Pero tampoco quería asumir una limitación física, no me sentía preparada para esto en ese momento. Estaba paralizada, pero no podía alargar la baja laboral indefinidamente, aunque desde mi Asociación no percibía presión, sino mucho apoyo y comprensión.

Necesitaba tiempo para enfrentarme al muro que tenía delante…, y de repente, encontré la solución. Fui a ver a un curandero que conocía de hace mucho tiempo pero del cual no sabía todas sus habilidades, con la intención de que me aconsejara entre las dos opciones que yo creía tener. Pero lo que encontré, fue que por fin alguien me hablaba claro y me decía lo que tenía: me habían dejado más corto el radio al arreglarme la fractura, y él me podía colocar bien los huesos y tendones para conseguir prácticamente toda la movilidad perdida. No me lo podía creer, se abría una puerta nueva ante mí que me ofrecía una solución satisfactoria. El proceso fue intenso y muy doloroso para conseguir resultados después de tanto tiempo, pero el dolor físico se lleva mucho mejor cuando sientes por fin que hay una luz al final del camino. Nunca se lo agradeceré bastante…

Este ha sido mi viaje. Estuve informándome para denunciar al Insalud, pero al final lo deseché porque no tenía suficientes pruebas escritas sobre su actitud negligente, y además no podía demostrar las secuelas después de pasar por las manos mágicas de mi curandero.
Ya sé que es más fácil decirlo después de un final feliz, pero sé que esta experiencia me ha servido, y con el tiempo creo que le sacaré más chicha a todo este sufrimiento. Sé por ejemplo, que me caí en una etapa en la que estaba muy estresada por mi manera de afrontar mis responsabilidades, puede que mi cuerpo me estuviera lanzando señales que yo no quería escuchar, y me paró en seco a la fuerza. He tenido mucho tiempo para reflexionar, y ahora tengo una señal en mi brazo que me puede alertar si vuelvo a hacerme la sorda. También estoy contenta conmigo por haber luchado por encontrar una solución a pesar de los obstáculos, por resistirme a entregarme a la autoridad médica oficial cuando no me ofrecen vías saludables, y atreverme a rastrear otras pistas fortaleciendo mi olfato ninguneado, hasta llegar a un verdadero maestro del conocimiento.

Gracias por escucharme, y muchos besos a todas.