Según mi experiencia como profesional de la salud mental de las mujeres, así como por mi actividad en el movimiento feminista desde los años 70, he constatado que las amistades entre mujeres se mueven entre extremos de ternura y erotismo, a pesar de lo cual, pocas veces se hace mención al amor y a la sexualidad que pueden contener. Es un tema con muchos prejuicios y tabúes. Sin embargo, es un hecho que el amor entre mujeres se extiende desde la mejor amiga hasta la pareja sentimental y que los límites son flexibles.

Mientras los hombres homosexuales ya casi son vistos con naturalidad en nuestra sociedad, y sus lugares de encuentro se extienden cada vez más en muchas ciudades del mundo, las mujeres lesbianas no tienen la misma visibilidad ni aceptación social. Nuevamente se pone de manifiesto la cultura patriarcal masculina en las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo femenino.

Todavía se habla y se sabe poco sobre qué es lo que conduce a las mujeres a relacionarse sexualmente con otras mujeres. No hay una respuesta única. Para aquellas que consideran que existe una identidad lesbiana, es el deseo de un cuerpo femenino. Para otras, es una alternativa a la falta de entendimiento y sensibilidad en sus relaciones con los hombres. Otras lo viven como respuesta política a la misoginia y el machismo imperante. Pero también, muchas más mujeres de las que se supone, se consideran bisexuales y se acuestan tanto con hombres como con mujeres.

A pesar de los avances en los derechos de los gays y lesbianas realizados en los últimos años en países como el nuestro, son aún muchas las mujeres que viven sus relaciones lésbicas ocultándolas a la sociedad, en un espacio privado destinado a la intimidad y al deseo. Y, aunque cada una de ellas vive y ama de forma muy diferente, en la mayoría de los casos estas relaciones entre mujeres están llenas de intensidad y conllevan mayores dificultades, producidas por problemáticas específicas añadidas, que se suman a las derivadas del hecho de ser mujer en una sociedad patriarcal y misógina.

Así, las mujeres que sólo se sienten atraídas por otras mujeres generalmente chocan con una falta de entendimiento social y familiar, ya que la sexualidad femenina es invisibilizada e ignorada y su sentido patriarcal no es el deseo sino la maternidad. El hecho de que haya mujeres que deseen estar en la cama con alguien de su propio sexo, es interpretado por la mayoría de los hombres y, también por muchas mujeres, como una frustración por falta de atractivo. La idea de que se puede obtener satisfacción sexual sin la intervención de un pene, va contra corriente y contra los principales mandatos de nuestra socialización.

Muchas de las mujeres que se reconocen como lesbianas lo descubrieron muy pronto. Por el contrario, la mayoría reconocieron más tarde sus más íntimos deseos, aunque un gran número de ellas, por la fuerte presión social que aún existe en la sociedad, prefieren integrarse en su papel social contradiciendo sus verdaderas preferencias.

También en estas relaciones entre mujeres, nos encontramos que frecuentemente se establecen roles activos y pasivos, pasando a clasificarse a las lesbianas como femeninas y masculinas. Tanto en la homosexualidad como en el lesbianismo, al igual que ocurre en la heterosexualidad, se produce una distribución dogmática de las personas en parejas con roles opuestos, debido a que aún no se ha generalizado una verdadera forma de vida afectivo-sexual en igualdad.

En el nuevo informe Hite sobre Mujeres y Amor, para muchas mujeres que toman la decisión de elegir a una mujer como compañera, no se trata tanto de un componente sexual del amor lésbico, sino más bien de una dimensión social. Un 96% de las mujeres lesbianas afirman que se sienten amadas y tratadas como una igual por sus compañeras. El 79% menciona con satisfacción aspectos que en las relaciones heterosexuales a menudo suelen estar descuidados, como poder combinar el diálogo con la proximidad corporal en los momentos íntimos. También el 75% valora la sexualidad y sensualidad con la pareja femenina.

Por otro lado, el 93% de las mujeres que entablan relaciones amorosas con otras mujeres, indican que estas relaciones no son inmunes a los problemas:

«Nosotras solíamos decir que las mujeres juntas tendrían el amor perfecto, pues eran los hombres quienes alteraban las cosas, quienes no sabían cómo amar. Pero en unas relaciones lésbicas puede haber los mismos inconvenientes. Por ejemplo una puede mostrarse más distante; otra tal vez decida anteponer a todo su independencia, y así sucesivamente…, lo cual es causa de muchas desilusiones. El amor entre mujeres no es, automáticamente el cielo».

«Nos resulta difícil permitir que la otra persona tenga su propio espacio, y también actuar como seres individuales sin dejar de ser una pareja».

Muchas mujeres homosexuales manifiestan el temor de pasarse toda la vida yendo de unas relaciones a otras…

«Ahora yo soy feliz, pero me pregunto cuánto durarán nuestras relaciones. Aunque confíe en ella, esté segura de contar con su ayuda y sienta que me ama, incluido mi cuerpo, me pregunto qué sucederá cuando muera el amor».

«¿Es normal en unas relaciones que la pasión muera al cabo de cierto tiempo? ¿Qué haces entonces? ¿Las prolongas prescindiendo de todo compromiso para pasar juntas una vida oscura, rutinaria? ¿O vagas de una pareja a otra enamorándote y desenamorándote cada tantos años? Me pregunto de verdad qué sucede cuando envejeces».

A pesar de estos miedos, la duración de las relaciones homosexuales entre mujeres mayores de 29 años no difiere mucho de la que se establece en las relaciones de matrimonios de mujeres heterosexuales mayores de 29 años; y la duración media de las relaciones homosexuales es mayor que la de las relaciones heterosexuales sin matrimonio.

Y, ¿qué ocurre con la ruptura de las relaciones?, ¿es más difícil para las mujeres homosexuales?

Como las relaciones homosexuales no cuentan con un reconocimiento público, la ruptura es más bien una prueba sentimental muy dura para las mujeres lesbianas; plantea todos los interrogantes sobre la posibilidad de unas relaciones permanentes o duraderas… y en muchos casos es preciso ocultar el dolor o soportarlo a solas:

«Yo sentí mi primer gran amor a los 18 años. Cuando rompimos quedé verdaderamente confusa. Me pregunté si yo era una lesbiana auténtica o si ella sería la única mujer que despertase mi amor. Me hallé sola y aislada. Como no tenía confianza con mis padres, no pude contarles nada. No tuve ningún escape para mis sentimientos y sufrí un despego horrible de todo. Por entonces yo seguía mi primer curso de Universidad, y no fracasé de milagro. A muchas de mis amigas lesbianas les ocurría lo mismo, la primera ruptura era demoledora, porque planteaba de nuevo el gran interrogante. Entonces tenías que decidirlo: ¿es que he elegido esta vida, o la causa es sólo ella. Fue muy doloroso, lloré mucho y con mayor desesperación de lo que he llorado en toda mi vida».

«Ruptura es una expresión espantosa, que debería ser suprimida. Cuando amas de verdad, creas algo irrompible. Algunos de los momentos más consoladores de mi vida se han relacionado con la verificación que las tres personas a quienes he amado de verdad (dos mujeres y un hombre), se hallan todavía muy cerca de mí. Siento que estas tres personas son amigas auténticas. Una de las mujeres haría cualquier cosa por mí, lo sé bien. Y el cariño subsiste con los tres. Es hermoso. No se trata de pasar juntas toda la vida. Es un gran afecto y respeto. Yo soy más rica y fuerte por haberles conocido, y viceversa. La separación es difícil. Yo me refugio en mi trabajo. No hablo a mis amigas y amigos acerca de ello. Escribo. Viajo. Duermo. Lo que más echo de menos es el olor de la persona. Los espacios, los lugares que compartimos, acaban siendo parte de nuestras historias. Ha sido muchísimo después de las rupturas cuando empezó la hermosa amistad. Se requiere algún tiempo para conocerte a ti misma, para encontrar cierto equilibrio interno y tener perspectiva».

Como hemos visto en los testimonios anteriores, las vidas de mujeres juntas tienen un entramado muy rico y propio, exclusivo de ellas y, a la vez, repleto de los mismos problemas humanos que afrontan las mujeres heterosexuales. No obstante, tenemos la impresión de estar contemplando una cultura especial, un modo distinto de vida, de estar respirando un aire diferente.

¿Quién puede decir que es lo más «natural», amar al sexo opuesto o al propio?

Nota:
Más información en Mujeres y Amor. Shere Hite. Plaza&Janes Editores, 1988