Es sabido que el divorcio no se percibe por la sociedad, ni se asume por él/la protagonista de la misma forma. Culturalmente, venimos de una ideología conservadora dominada por la Iglesia, exponente por excelencia del patriarcado, que ha rechazado la posibilidad del divorcio por el grado de libertad personal que supone, sobre todo en el caso de las mujeres. Si unimos esto al hecho de que la mujer ni siquiera es considerada como ciudadana de primer orden sino que consigue su rango a través de estar emparejada a un hombre, podemos entender fácilmente que pasar de estar casada a divorciada es una de los hechos que más pueden desvalorizar socialmente a una mujer.

Esto ocurre aún cuando la decisión de separarse la toma el hombre. En este caso, la mujer es digna de compasión, pero en el inconsciente colectivo se justifica la acción del marido buscando alguna deficiencia física, psicológica o sexual de la esposa, él lo hace por alguna razón. Pero lo que todavía se considera inadmisible o reprochable es que sea la mujer la que decida voluntariamente desligarse de la persona que “le da el honor”, porque se sigue partiendo de la creencia de que una esposa se debe a su marido y tiene que aguantar con lo que le toque. Por lo tanto, una mujer que se sale de su rol social debe ser castigada y, en el fondo sabe que va a encontrar todo tipo de obstáculos legales, morales, económicos y psicológicos por parte de su entorno y, principalmente, a través de la figura de su ex pareja, con el objetivo de impedirla recuperar la dignidad personal.

Esta es la percepción discriminatoria de la sociedad ante una ruptura decidida por él o por ella, pero todavía es más llamativa la discriminación cuando se valoran los motivos habituales por los que suelen separarse ambos. Hemos comprobado que los hombres suelen tomar la iniciativa en la ruptura cuando deciden apostar por otra relación de pareja o por otro estilo de vida sin compromiso amoroso. En cambio, las mujeres suelen separarse como última alternativa ante una relación deteriorada o por escapar de una relación de discriminación y/o de violencia.

Además del rechazo social, hay que tener en cuenta que la mujer ha sido educada para ejercer el rol de sumisión para depender, como mínimo, emocionalmente de su pareja y para entregarse en cuerpo y alma al proyecto de crear una familia que alimente su autoestima. Cuanto más peso tradicional tenga una mujer en su identidad, cuanto más haya aceptado el modelo de inclusión, más le constará aceptar la realidad de la separación. Cuando se enfrenta a una ruptura de pareja, además de provocarle un gran sentimiento de culpabilidad por no haber cumplido con su “misión”, a veces tiene que enfrentarse, por primera vez, con la idea de que ella tiene la responsabilidad hacia sí misma, de ser autónoma a todos los niveles. Tropieza con el handicap de que no ha sido preparada para vivir una realidad de autonomía, que puede llegar a ser satisfactoria, pero que en esos momentos de desvinculación se hace inalcanzable.

Los malestares psicólogicos de las mujeres ante una separación de pareja

Los problemas más comunes que suele tener una mujer en su proceso de separación se centran en la pérdida de la autoestima (del modelo de mujer que fue), acompañado por un fuerte sentimiento de fracaso personal por la ruptura, en su falta de autonomía, especialmente en lo relacionado con las funciones que antes desarrollaba su pareja (área financiera, de ocio, de mantenimiento de la casa,…), y en una dependencia emocional generalizada, la cual la hace especialmente vulnerable a vivir la soledad de manera negativa. Además, suele tener un déficit de asertividad que le dificulta mucho la desvinculación de su expareja, sobre todo, cuando éste es y ha sido abusivo con ella. También suele tener dificultades y/o falta de habilidades educativas con sus hijas/os, sobre todo, las que tienen que ver con la disciplina.

Hay dos variables que diferencian a este grupo de mujeres:

  • Cuando ella toma la decisión de separarse generalmente por relaciones abusivas en algún grado: suele tener mucho miedo para enfrentarse sola a su nueva vida y para poner límites a su expareja, siente mucha rabia por haber aguantado lo vivido en la relación.
  • Cuando él toma decisión, y ella se ve forzada a separarse sin desearlo. En este caso la mujer está más enganchada al sentimiento amoroso, siente culpa por haber sido abandonada y autocompasión, lo cual la dificulta enormemente el desarrollo de una actitud activa necesaria para rehacer su proyecto de vida.

El tiempo que transcurre desde que se produce la separación real hasta que deciden solicitar ayuda psicológica es una variable que indica la extrema dificultad que significa para muchas mujeres afrontar este cambio de vida tan traumático. Una mujer puede llevar varios años separada, sin embargo, puede seguir teniendo enganches emocionales hacia su ex pareja, o tener dificultades para desvincularse, y/o puede tener dificultad para poner límites adecuados a alguna de las personas implicadas en el contexto de la separación (ex pareja, hijos/as, otros/as familiares, etc.).

 

Síndrome de mujer divorciada

Cuando una mujer, una vez concluido el proceso de divorcio y pasado un tiempo prudencial, no puede adaptarse a los cambios en su vida y seguir adelante, suele presentar una serie de síntomas identificables y una serie de sentimientos y comportamientos autodestructivos:

  • Depresión y ansiedad.
  • Alteración del sueño y la alimentación.
  • Baja autoestima y autodevaluación de los pensamientos y comportamientos asociados a este estado.
  • Grandes esfuerzos por compensar la imagen negativa de sí misma (trabajadora incansable, haciendo dietas, ejercicio físico…).
  • Dificultad para establecer relaciones sociales.
  • Temor y resistencia a la intimidad.
  • Pensamientos suicidas por vergüenza o asco de sí misma.
  • Parálisis psicológica, incapacidad de seguir adelante.
  • Tendencia a sabotear cualquier cambio potencialmente positivo en su vida.
  • Tendencia a ser reservada sobre su historia real, comunicando sólo la historia oficial.
  • Mantenimiento de relaciones con el exmarido, a pesar de la indiferencia manifiesta y/o incluso la hostilidad de éste.

Los síntomas más frecuentes, y por los que se suele pedir ayuda, son la intensa ansiedad y la depresión debilitante, presentes en un conflicto interno sin solución. Sin embargo, estas mujeres no relacionan este agotamiento emocional con el vínculo que mantienen con sus exmaridos, que realmente es la causa de su malestar.

En el trabajo terapéutico con una mujer con este síndrome es imprescindible no sólo comprobar que sigue vinculada a su exmarido sino saber qué tipo de conexión emocional la mantiene unida a él. Aunque el vínculo en sí mismo define el síndrome y es el responsable de los síntomas, dependiendo de la mujer provocará diferentes emociones y comportamientos. Existen ocho tipos distintos de vínculos y cada uno está dominado por una emoción particular. Nosotras denominamos a estos vínculos “enganches emocionales”, porque son conductas basadas en la dependencia, el hábito, la costumbre, etcétera. Las emociones se dividen, a su vez, en afectivas, con sentimientos pasivos y que implican autorreproche y autodevaluación, y emociones más tormentosas con sentimientos más vivos e inquietantes.

 

Emociones afectivas:

  • Amor interminable: A menudo decimos amor cuando realmente nos referimos a un hábito, a una relación dependiente, estéril y no cultivada con otra persona utilizándola como objeto de nuestra necesidad de tener seguridad. La dependencia interpersonal es un hábito, que requiere deshabituación.
  • Soledad: Para protegerse del riesgo inevitable de nuevas experiencias, de las nuevas relaciones, etc…
  • Culpabilidad: Diversas formas de culpa, por romper una familia, por lo que supone para él, por sus hij@s, etc…
  • Simpatía excesiva o pena por él: Hay mujeres que no pueden dejar de atender al que fue su marido, porque es como “otro hijo”.
  • Pena de una misma o autocompasión.

 

Emociones tormentosas de amargura:

  • Ira, rabia y odio: que atan tan estrechamente como el amor. La ira es una emoción que surge cuando creemos que hemos sido injustamente tratadas. Rabia y odio son intensificaciones de la ira. Cuando estas emociones predominan después del divorcio es que él sigue controlando la vida de ella. Hay mujeres que expresan la ira y otras la reprimen, pero ambas provocan consecuencias no saludables, y mantienen el enganche. Es frecuente que él siga queriendo controlar la vida de ella a través de la crítica, el menosprecio y la humillación. Una de las áreas predilectas de control masculino después del divorcio es la educación de las/os hijas/os o el control económico. A menudo cuando hubo relaciones abusivas dentro del matrimonio estas pueden continuar. Las mujeres que prefieren reprimir la ira o rabia ante los ataques de ellos en la distancia, siguen tendiendo la fantasía de control, “no le provoques”. Pero en el fondo, siguen soportando comportamientos violentos de sus exmaridos que les provocan inevitables sentimientos depresivos cuando la ira se apaga.
  • Celos y envidia: Celos de él por conseguir bienestar en su nueva vida, celos de la otra mujer que ocupe su lugar. Ambos se derivan del temor a perder algo. Muchos sentimientos de autovaloración personal se cuestionan cuando los celos o la envidia son el problema. Celos y envidia son una forma de rechazar otros sentimientos dolorosos, abandono, rechazo, humillación… Sirven para tapar las emociones que parecen insoportables.
  • Temor: Miedo a la autonomía, a salir por sí misma, a resolver los problemas de la nueva vida, temor que puede ser normal por la necesidad de aprender nuevas habilidades. Pero también existe el temor patológico a las reacciones de él, puesto que existió una relación previa de maltrato, en la que ella aprendió a temer sus reacciones y adoptó un comportamiento de sumisión e indefensión.

Es imprescindible que las mujeres con este síndrome sean capaces de ver, detectar y aprender a responder asertivamente a las conductas manipuladoras y de control que muchos exmaridos pretenden seguir ejerciendo sobre ellas después del divorcio.

 

En el área de las relaciones con las/os hijas/os tienen que estar muy alerta porque, a veces por el sentimiento de culpa por la separación y otras por la nueva situación en sí misma, abren el campo para que ellas/os también intenten manipular.

No podemos olvidar las objetivas dificultades económicas a las que muchas mujeres se enfrentan después de la separación. Todavía hoy el número de custodias adjudicadas a las madres es mayoritario, menores sueldos en las mujeres, incumplimientos en el pago de la pensión a las/os hijas/os, el número de familias monoparentales que no comparten cargas sigue estando encabezado por mujeres, etcétera.

Para las mujeres con el síndrome de ruptura la recompensa está en la libertad, una vida propia y un autorrespeto merecido.